Llevo toda la semana con la intención de escribir sobre los prejuicios contra la literatura escrita por mujeres. Pero ya se sabe: la falta de tiempo, las prisas, luego se cruzó en mi camino
Errol Flynn…
El caso es que quería comentar la
entrevista a Isabel Allende que salió la semana pasada en
MujerHoy, el suplemento que acompaña los sábados a
Heraldo de Aragón (y otros periódicos, según creo). Hoy he leído en
El Periódico de Aragón la
entrevista a Ángeles Caso, flamante ganadora del
Premio Planeta. Y en las dos autoras me han llamado la atención varias de las respuestas que dan, porque creo que ponen el dedo sobre la llaga.
Isabel Allende:
Si El amor en los tiempos del cólera, uno de los libros más maravillosos de Gabriel García Márquez, lo hubiera escrito una mujer, quizá lo hubieran tachado de romántico y femenino. Muchas han rebajado el nivel sentimental de sus libros por temor a que los críticos las tacharan de blandas.
Me da rabia que cuando se habla de literatura a secas se asume que está escrita por un hombre blanco. Y todo lo demás necesita adjetivos: literatura infantil, literatura china, literatura femenina... Mucha crítica es terriblemente machista. Siendo mujer es más difícil ser publicada, ser tenida en serio, ser estudiada en las universidades.
Ángeles Caso: Los hombres son los que marcan la pauta de la cultura. El problema es que nosotras nos hemos dejado atrapar en esa trampa porque, presumiblemente, la mirada valiosa es la de ellos. Pero me niego a que por ver el mundo como mujer mi literatura sea considerada noña, cursi y sentimental.
Cuando publiqué mi primer libro, una persona muy conocida en el mundo del rock, nada sospechosa de conservadurismo, me dijo que por norma no leía libros de mujeres. Eso es un prejuicio tan absurdo como si yo dijera lo contrario. Pero un hombre puede decir estas cosas y nadie se rasga las vestiduras.
Bueno, pues ahí va mi propia experiencia: Yo debuté en el año 2003 con una novela de alto contenido erótico,
La vida en cuarto menguante. Como ya sabréis los que soléis pasar por aquí, narra la historia de amor entre una mujer madura acomodada y un pescador de veintidós años que se prostituye para completar sus magros ingresos. El libro funcionó muy bien dentro del ámbito de distribución de una editorial modesta, aunque de trayectoria honesta y reconocido prestigio, como es
Onagro (antes
Zócalo). Quienes más lo leyeron y se entusiasmaron con él fueron mujeres. Porque la mayoría de los hombres - y de eso me di cuenta sobre todo en las ferias del libro - solían ignorar una historia de amor cuya autora era una mujer. Cuando les contaba a los que se detenían ante la caseta, que los personajes eran una cuarentona y un joven que podría ser su hijo, murmuraban una excusa y se iban. O compraban el libro para su esposa, su novia, alguna amiga. Muy pocos se lo llevaban para ellos. Aunque en ferias posteriores, algunos de esos señores se acercaban y me comentaban que su esposa, novia, amiga les había insistido en que leyeran el libro, y que les había gustado. Pero creo que en general, los hombres siguen considerando este tipo de historias como un devaneo femenino. Las fantasías erótico-festivas de una señora madura. Y estoy convencida de que si leen eso mismo – o sea, el amor entre una mujer madura y un hombre joven – narrado por un hombre, seguramente lo considerarán desde el principio literatura de la buena. Pero cuando una mujer escribe sobre ello, su producto tiene muchos boletos para ser tachado a priori de novela rosa y cursi, o incluso de desahogo de mujer insatisfecha.
Por supuesto, no todos los hombres tienen esos prejuicios. Ha habido muchos que han leído
La vida en cuarto menguante y mis siguientes novelas porque les apetecía. Mi propio marido, que es mi primer crítico y también el más duro, disfruta con ellas y siempre me ha animado a escribir como escribo. Es decir, dando importancia a los sentimientos desde mi punto de vista, que es el de una mujer. También quiero destacar que han entrado (habéis entrado y seguís haciéndolo) muchos hombres en este blog después de haber leído
Días de menta y canela. Pero, por desgracia, sigue habiendo un alto porcentaje que considera la literatura de mujeres como de inferior calidad y piensa, como apunta
Ángeles Caso, que nuestro enfoque es cursi y sentimental (¿por qué siempre damos un sentido tan peyorativo a este adjetivo?).
Al igual que aún ocurre en muchos ámbitos de la sociedad (aunque, sin duda, hemos mejorado en las últimas décadas), a las escritoras nos sigue resultando más difícil que nos tomen en serio. Y, ojo, también hay mujeres que tachan de rosa, o directamente de ñoño, lo que escribimos otras mujeres cuando profundizamos en el amor o en los sentimientos en general. Y creo que es cierto lo que afirma
Isabel Allende, de que muchas autoras rebajan el nivel sentimental de sus novelas para que sus libros entren dentro de la categoría de la literatura considerada "seria". Como si el amor, el erotismo, los sentimientos en general, no fueran algo muy serio. ¿Acaso no son el motor de nuestras vidas y lo que nos hace seguir adelante cuando las cosas vienen mal dadas? Entonces, ¿por qué avergonzarnos de ser como somos y de escribir como escribimos? Yo, desde luego, no creo que las escritoras debamos adoptar estereotipos masculinos para que nos respeten. Y pienso seguir dando cancha al amor, al erotismo y a los sentimientos en mis historias. Y si eso es rosa, pues bonito color.