lunes, 31 de enero de 2011

EN MEMORIA DE ERNESTO

Esta mañana he entrado en el blog de Ernesto, Testigo, al que muchos de los que os asomáis aquí conoceréis por sus comentarios, y me he encontrado con la triste noticia de su fallecimiento. Sabía por su familia, que nos mantenía informados a través del blog, que llevaba muchos días ingresado en la UCI, pero siempre pensé que se recuperaría y regresaría al barrio bloguero, como decía él. Por desgracia, no ha sido así.

Entré por primera vez en el blog de Ernesto hace más de tres años y me encontré con un espacio donde había sitio para la cultura, la solidaridad, la historia, la política y muchos, muchísimos más temas de interés. Me gustó lo que leí y me convertí en asidua. La verdad es que esto de internet establece relaciones de amistad que antes jamás habríamos imaginado. A lo largo de los años, nació una de esas amistades virtuales, de blog a blog, en las que sin habernos visto nunca en persona, intercambiábamos comentarios y nos visitábamos en nuestras respectivas casas construidas en la Red. Hoy siento que se ha ido un amigo al que echaré de menos. Desde aquí, mis condolencias a la familia y un abrazo en un momento tan duro.


Hasta siempre, Ernesto.


Cuelgo un vídeo que he tomado del propio blog de Ernesto:
El cant dels ocells, cantado por Josep Carreras y Lluis Llach.


sábado, 15 de enero de 2011

MALDITO PURÉ DE GUISANTES



Hace ya dos días que en Zaragoza vivimos sumergidos en una niebla espesa como el puré de patatas. De esas que si te dispones a cruzar el Ebro a pie, no ves la orilla de enfrente y tienes la impresión de que antes de que alcances la mitad del puente, la bruma ya te habrá engullido para no soltarte jamás o para transportarte a algún mundo paralelo al estilo de Narnia, aunque sin necesidad de meterte en un armario ropero (que en la edad adulta resulta muy incómodo y da calor). No niego que tiene su belleza contemplar cómo al otro lado del río, las torres del Pilar pugnan por perfilarse entre la niebla que las aplasta. O eso de asomarse a la ventana y ver las casas de enfrente difuminadas por una lámina brumosa que las rejuvenece y embellece, como a las viejas glorias del cine cuando las fotografiaban con filtros en la era pre-photoshop. O dejarse envolver por la humedad que amortigua los sonidos y hace pensar en aquellas vetustas películas inglesas que se desarrollaban en un Londres misterioso y sumido en la niebla, y en las que siempre había algún anciano cascarrabias que salía de casa, miraba a su alrededor y murmuraba: “Maldito puré de guisantes” justo antes de que el malvado de turno le hincara el cuchillo entre las costillas.


Pero romanticismos aparte, a mí este puré de guisantes se me hace muy pesado. Sobre todo cuando dura varios días. Me da sueño, me pone dolor de cabeza y me reblandece las ideas además del cabello, que se vuelve ingobernable y adopta formas de lo más caprichosas. Por el bien de nuestros peinados, ¡que salga pronto el sol, por favor!

jueves, 13 de enero de 2011

LA CORRECCIÓN POLÍTICA EN LA LITERATURA

El mes de enero se nos va deslizando entre dieta post-navideña para arrancarnos los excesos de la cintura, noticias varias sobre la crisis, otras sobre la cuesta de enero (sí, todavía se habla en los medios de la famosa cuesta de todos los años), la ley Sinde por aquí y por allá, la ley antitabaco y los bares insumisos, más una noticia que leí hace ya unos cuantos días y a la que todavía estoy dando vueltas.

El día 5 se hablaba en El País (aquí el enlace) de una nueva edición de Las aventuras de Huckleberry Finn, que va a sacar una editorial de Estados Unidos en versión políticamente correcta. Quiere decir esto que han sustituido la palabra despectiva “nigger”, que aparece en el texto 219 veces, por la de “esclavo”. Y han hecho lo mismo cambiando “injun”, otra palabra despectiva, por “indio”. O sea, que ahora Huckleberry Finn ya no huirá por el río Misisipi en compañía del Negro Jim, o Nigger Jim, como le llaman en la versión inglesa, sino con el Esclavo Jim. Si se tratara de una novela actual ya me parecería una iniciativa discutible, pero si tenemos en cuenta que fue publicada por primera vez en 1884 y la acción se desarrolla cuando en Estados Unidos todavía existía la esclavitud, me da la impresión de que a Mr. Alan Gribben, profesor de la universidad Auburn (Alabama) y responsable de esta nueva edición, le patina ligeramente el embrague en su afán de meter la tijera por las buenas.


Porque digo yo que si ahora nos pusiéramos a expurgar a todos los clásicos de aquellas palabras despectivas que hemos ido eliminando de nuestro lenguaje – aunque, por desgracia, no hemos apartado de nuestras mentes los prejuicios que expresaban esas palabras -, no va a quedar ninguna obra sana. Si quisiéramos cambiar todo lo que nos suene a racista, machista o xenófobo, tendríamos que revisar – y de paso destrozar – infinidad de escritos que han resistido el paso del tiempo por muchos méritos. ¿Qué dejaríamos de la obra de un Celine, por ejemplo? ¿Cómo llamaríamos ahora a Otelo, el Moro de Venecia? ¿Sería Otelo, el magrebí? ¿Es que no somos capaces de leer las obras clásicas situándolas en el contexto histórico (y personal) en el que fueron escritas? ¿Tan difícil es comprender que la vida y la mentalidad de una persona del siglo XIX, del siglo XVIII, de la antigüedad, o incluso de hace tan sólo treinta o cuarenta años, no tiene nada que ver con la de este siglo XXI en el que nos la cogemos con papel de fumar (con perdón de la expresión, que seguro que habrá quien la tilde de políticamente incorrecta)? Si cambiamos a nuestro antojo las novelas que reflejan cómo se vivía y se pensaba mucho antes de nuestro paso por el mundo, aparte de que las dejaríamos irreconocibles y descafeinadas, nos cargaríamos sus virtudes literarias, el mérito de reflejar la sociedad de su tiempo y muchas cosas más. No sé, lo mire como lo mire, a mí esta clase de revisiones me parecen una masacre literaria.


A veces, pienso que no somos más tontos porque la pereza nos impide entrenarnos, pero estoy segura de que si entrenáramos, llegaríamos a lo más alto. ¡Uy, qué reflexión más políticamente incorrecta me ha salido!


(La fotografía reproduce la portada de una edición de Penguin Books)

domingo, 2 de enero de 2011

UN LIFTING PARA EL NUEVO AÑO

¡¡Feliz 2011!!


Y tranquilos. No es que haya aprovechado las fiestas para meterme en un quirófano a que me estiren la piel o me inyecten un jeringazo de bótox. Todo esos tratamientos se los he hecho al blog para que empiece el nuevo año bien remodeladito. Con un look fashion, sofisticado y fresco a la vez. Como ciertas actrices cuando las sacan de la cámara frigorífica para que recorran la alfombra roja con la cara lavada y recién planchá. No va a ser mi blog menos que esas señoras. Faltaría más…


Y para rematar, algunas reflexiones navideñas tontas – pero que muy tontas, porque el cerebro no me da para más.


- ¿Por qué se ven durante las Navidades tantos niños por las calles con gorritos de Papa Noël o cuernos de reno rojos? ¿Es que los padres no tienen piedad?


- ¿Por qué se nos van los dedos al turrón, cuando el cerebro sabe que se adhiere a la cintura durante semanas y no hay forma de quitárselo?


- ¿Por qué a algunos árboles de Navidad les ponen adornos tan horteras?


- ¿Por qué a pesar del empacho, logramos hacer sitio en el estómago para añadir el roscón de Reyes? Si tuviera la misma habilidad para encajar más libros en las estanterías, no los tendría que colocar en doble fila.


- ¿Por qué siempre hay alguien que se pone a hacer fotos durante las comilonas familiares (este año fui yo la inoportuna, sin ir más lejos) y al revisarlas, salimos todos con cara de felicidad, la boca llena y una copa de vino en la mano?


- ¿Por qué en enero se llenan los gimnasios de penitentes del turrón que en lugar de cilicio, llevan mallas y camiseta?


- ¿Por qué el director del Concierto de Año Nuevo, Franz Welser-Möst, ese señor con cara de Richard Gere empollón, dirigió a la orquesta con semejante aire de estar por encima del populacho? Ya sabemos que este primer concierto del año es una tradición popular que tiene algo de circo y mucho de tópico, pero ¿no podía haberse enrollado el buen hombre un poco más con el público? Si los que desde la más tierna infancia vemos cada año el concierto del Musikverein, buscamos precisamente los valses vieneses de toda la vida y que no nos falten el dichoso Danubio Azul ni la Marcha Radetzky, por supuesto. Para escuchar música más exigente ya tenemos el resto del año. Además, ¡que tire la primera piedra quien no haya tocado alguna vez palmas al ritmo de la Marcha Radetzky!