Ha muerto Paul Newman, uno de los actores más guapos y viriles del viejo Hollywood. También un excelente actor, de esos que mejoran con los años y saben envejecer bien. ¿Qué voy a escribir aquí sobre Paul Newman que no haya dicho alguien en algún medio, o en uno de los millones de blogs que hay abiertos en internet? Paul Newman ya era un mito en vida. Y es muy difícil escribir algo original sobre un mito.
De modo que aportaré mi modesto homenaje evocando a Newman en una película que forma parte de mi mitología cinéfila particular: Paris Blues de Martin Ritt (creo que aquí se estrenó con el título Un día volveré). Tal vez no sea la más conocida de Newman, ni la mejor, pero a mi me impactó cuando la vi de adolescente en la tele. Y es que ver a un hombre como él haciendo de músico de jazz en el París de comienzo de los sesenta, vestido de negro a la bohème y tocando el trombón subido a la tarima de un club de jazz parisién donde todo el mundo fumaba, se divertía y parecía estar hablando de filosofía y literatura entre niebla de tabaco… ¡uuf! Añádase a eso la música de Duke Ellington, la presencia de otros grandes del jazz como Louis Armstrong y la ciudad de París como telón de fondo… y ya tenemos una mezcla que deja huella a tan tierna edad.
Se nos ha ido el hombre-mito cuyos ojos azules (y no sólo sus ojos; véase la fotografía que ilustra este post) nos hicieron soñar a varias generaciones de mujeres… y también de hombres. Pero siempre nos quedará Paris Blues.
De modo que aportaré mi modesto homenaje evocando a Newman en una película que forma parte de mi mitología cinéfila particular: Paris Blues de Martin Ritt (creo que aquí se estrenó con el título Un día volveré). Tal vez no sea la más conocida de Newman, ni la mejor, pero a mi me impactó cuando la vi de adolescente en la tele. Y es que ver a un hombre como él haciendo de músico de jazz en el París de comienzo de los sesenta, vestido de negro a la bohème y tocando el trombón subido a la tarima de un club de jazz parisién donde todo el mundo fumaba, se divertía y parecía estar hablando de filosofía y literatura entre niebla de tabaco… ¡uuf! Añádase a eso la música de Duke Ellington, la presencia de otros grandes del jazz como Louis Armstrong y la ciudad de París como telón de fondo… y ya tenemos una mezcla que deja huella a tan tierna edad.
Se nos ha ido el hombre-mito cuyos ojos azules (y no sólo sus ojos; véase la fotografía que ilustra este post) nos hicieron soñar a varias generaciones de mujeres… y también de hombres. Pero siempre nos quedará Paris Blues.