jueves, 30 de julio de 2009

UNA WEB FRANCESA RESEÑA "DÍAS DE MENTA..."

La web francesa EL PINGÜINO ha reseñado Días de menta y canela. Esta página pertenece al programa de radio homónimo que se emite en París y su región, y ofrece información relacionada con la cultura española. Según palabras recogidas de la propia web, que lo definen mejor que yo: EL PINGÜINO es el programa de radio de la nueva escena musical y cultural hispana. Este programa existe desde septiembre del año 1989 y es emitido en directo en Paris y su region sobre ALIGRE FM 93.1 cada domingo de las 22h00 a las 00h00.

Por supuesto, me hace mucha ilusión. Copio los enlaces y, más abajo, la reseña. Ya perdonaréis que no la traduzca, pero mi francés no da para tanto.

RESEÑA DE DÍAS DE MENTA Y CANELA


ARCHIVO DE PINGÜILIBRO

Commentaires:

Il y a des livres dont le titre et la couverture parviennent à vous convaincre bien avant de lire la quatrième de couverture : c’est de ces livres là dont je me méfie le plus car plusieurs fois je me suis retrouvé très déçu. Avec un titre si mystérieux et si poétique que « Dias de menta y canela », mêlant deux parfums sucrés avec un zeste d’intrigue, Carmen Santos avait su me tenter et j’avoue que la tentation m’a conquis. S’il est vrai que son récit simple mais si habilement mené est sans prétentions pharaoniques, son écriture le rend captif, intriguant et délicieux à savourer.

En plein Noël 2003, on retrouve à Düsseldorf en Allemagne le cadavre d’un ancien immigré espagnol dans un appartement où la pauvreté et la misère règnent sans aucune explication. On retrouve le cadavre d’Hector Laborda assis sur un fauteuil mitteux avec sur ses genoux une vieille Bible avec le psaume 51 souligné et près de lui une bouteille de cognac espagnol datant de 1961 non entamée. Le fait divers relaté dans un journal allemand va parvenir à Clara Rosell à Valence en Espagne. Cette jeune femme portant plutôt bien sa quarantaine a décidé de reprendre une activité et se lance dans le journalisme où elle doit tout prouver. A la lecture de ce fait divers, elle décide d’enquêter tout en se rappelant qu’elle-même a fait partie avec sa famille de l’émigration espagnole qui a atterri en Allemagne. Dans la recherche des circonstances mystérieuses de la mort d’Hector Laborda, Clara va devoir voyager en Allemagne accompagnée du fils du défunt qui méprisait son père. Hector fils va découvrir ce qu’il a toujours voulu laisser de côté et c’est ainsi que les deux personnages vont se voir plonger dans une aventure bien loin du simple aller-retour qu’ils avaient imaginés à leur départ.

Dans un style toujours aussi impeccable, Carmen Santos confirme le talent qu’elle avait déjà montré dans « La cara oculta de la luna ». Son récit est très bien mené et elle parvient à nous plonger dans une intrigue entremêlée par des flashbacks sur l’histoire de l’immigration espagnole. On note certains passages quasi autobiographiques lorsqu’on connaît la biographie de l’auteur. A travers un personnage attachant car très réaliste par sa condition de femme d’une quarantaine d’années qui vit de ses complexes mais aussi de ses envies, Carmen santos nous plonge à la fois dans une très belle intrigue mais également dans une passion qui dépasse la propre Clara. Parfois l’histoire se répète, parfois un livre avec un si joli titre et une couverture si tentante parvient à combler mes envies de littérature : la surprise en vaut bien la peine. Laissez vous tenter…

Roberto.

martes, 28 de julio de 2009

MÁS FRIVOLIDADES TONTAS... AHORA EN EL MAR

A mí este verano tan caluroso me está afectando directamente a las neuronas. De lo contrario, ¿cómo se puede explicar que me haya acordado de aquella serie de los años setenta y ochenta llamada Vacaciones en el mar (Love Boat en versión original)? ¿No es eso un síntoma inequívoco de deterioro estival de las neuronas?

Los más mayorcitos, o sea, los de mi quinta, seguro que recordaréis al capitán Stubbing y sus bermudas (ahora que lo pienso, toda la tripulación masculina de ese barco del amor llevaba bermudas y calcetines blancos), al médico gafotas, al camarero Isaac, al sobrecargo que tenía cara de empollón, a esa chica rubia que era relaciones públicas y no paraba de sonreír con exceso de almíbar, y a todos los secundarios, actores con mayor o menor solera, que eran repescados por los del casting para interpretar a esos turistas que siempre empezaban el crucero con algún problema y salían con los malos rollos resueltos, algunos hasta llevando un ligue del brazo y sonriendo amplias sonrisas blancas de Profidén, como se decía antes. Y cómo les gustaba a los pasajeros cenar en la mesa del capitán, ellos vestidos con sus mejores galas y ellas rebozadas enteritas en lentejuelas como croquetas con tropezones de glamour. Un mundo feliz puro y casto. Se nota que eran tiempos anteriores a Sexo en Nueva York o Los Soprano, por poner algún ejemplo de última hornada.

Y para que veáis que lo de mi deterioro neuronal va muy en serio y no me da para sesudeces hasta que llegue el otoño, cuelgo un vídeo con los créditos de un episodio en el que, mira por dónde, salía Dana Andrews, el duro policía de Laura de Otto Preminger (hay una excelente reseña de este peliculón en el blog de cine 39escalones). Aquí ya lucía canas y sonrisa a toda máquina (por cierto: fijaos en cómo sonríen a la cámara los actores invitados; no tiene desperdicio). Huelga decir que prefiero recordar al señor Andrews en sus papeles del cine negro de los años cuarenta. Pero así es la vida de los actores cuando se les pasa el tiempo de gloria. Como la de cualquier ser mortal que debe buscarse los garbanzos cómo y donde sea.

¡Pero qué malo es este calor!


miércoles, 22 de julio de 2009

FRIVOLIDADES DE VERANO


Si hay algo que odio del verano es este tórrido calor y la pereza que produce. Aunque, quien sabe, a lo mejor esta apatía se debe más bien a que cuerpo y mente ya piden vacaciones. El caso es que cuando el sol luce agresivo en el cielo y nos hace derretirnos como un helado nada más pisar la calle, siempre me acuerdo de una canción que forma parte de mi colección personal e intransferible de canciones del verano. Pero que nadie se asuste. No tiene nada que ver con el chiringuito del incombustible Georgie Dann (¿será humano ese hombre que nunca envejece, o acaso vive dentro de una cámara isobárica que sólo abandona durante el estío para colocarnos su pachanga de turno?), ni de aquel rayo de sol de Los Diablos, tampoco del bikini de rayas de la Eva María de Fórmula Quinta. La melodía que llevo días tarareando mentalmente es Chanson d’amour en la versión de los Manhattan Transfer, ese grupo vocal casi tan incombustible como el ínclito Dann, que lleva años en la brecha y canta desde jazz hasta lo que le echen. No sé por qué, Chanson d'amour siempre me hace recordar los veranos que viví en Valencia, con aquella brisa siempre impregnada de mar y humedad. Habrá que investigar por qué. Quien sabe, igual encuentro material para una novela.




(El cuadro es de Sorolla)

viernes, 17 de julio de 2009

RESEÑA EN EL PLACER DE LA LECTURA


El Placer de la Lectura reseña Días de menta y canela y me hace mucha ilusión. Copio el texto para que lo podáis leer aquí – y porque me apetece tenerlo expuesto en “esta nuestra comunidad”, como decía el presidente de la comunidad de vecinos en Aquí no hay quien viva. Incluyo también el enlace del blog (que está en mi lista de favoritos) para quien quiera entrar directamente desde este post a ojear las reseñas de libros que ofrecen cada día a sus lectores.




La reseña:

¡Qué placer tan grande es leer un libro como Días de Menta y Canela! Un relato sin pretensiones de ser nada importante pero que cumple más que dignamente con todo lo que promete.

Y es que la valenciana Carmen Santos consigue hacer fácil lo difícil: crear una trama sencilla, cotidiana, llena de realidad y humanidad y sobre todo llena de personajes normales y corrientes: Clara Rosell madurita de buen ver, que empieza tarde a hacer sus pinitos periodísticos, con un esposo y unos hijos que le aman; Héctor Laborda hijo, cuarentón jefe de producción de una empresita zaragozana, bien casado y con mejor futuro que pasado. Y una historia que comienza y termina en Alemania: Un emigrante español muerto en la soledad de su casa con un biblia abierta en el Salmo 51 y una botella de fundador. Clara se lanza en tirabuzón cruzado a por el artículo a dos páginas prometido por su jefe, pasando por encima de Héctor –el hijo del muerto-, de su hermana Anita, felizmente casada con un teutón, su marido Emilio y todos los integrantes de la trama del fallecido entre los que hay un cura español y una valkiria rubia de los años sesenta.

Escrita en primera persona, con un tono de novela negra que le acompaña hasta el final, Días de Menta y Canela rebosa humor por los cuatro costados. Humor del mejor que hay, que no es otro que reírse de uno mismo. Eso es lo que hace Clara con su vida, sus kilos, sus años, su torpeza y con su vida en conjunto. Héctor tampoco le va a la zaga, ya que mete la pata continuamente y es más un brutote rústico que un jefe de fábrica.

Este tipo de humor lo hace muy accesible, normal y ayuda muchísimo a seguir leyendo. Añádase a esto la trama policíaca no demasiado densa que acompaña al caso y una especie de “Cuéntame” a la alemana que nos regala Clara recordando toda su vida de niña y adolescente española emigrante en el Dusseldorf setentil, y tendremos una mezcla que pudiera ser algo infumable si no hubiera sido por la exquista pluma de la Santos que convierte en sonrisas hasta la parte más negra del texto y que nos hará carcajearnos muchas veces.

Lo dicho al principio, una gozada para nuestr@s seguidores y seguidoras cuarentones, maduritos, que se verán reflejados tanto en su niñez como en su vida adulta. Fresco, de lectura rápida y ligera que junto con un lenguaje sin adornos recargados nos permite disfrutar aún de esta novela negra o de humor o de amor o de todo en conjunto como la vida misma.

miércoles, 15 de julio de 2009

PARLAMI D'AMORE...

Ahora si que ha llegado el verano. Y no lo digo porque estamos a mediados de julio. Ni por los cuarenta y un grados que marcó el termómetro el domingo. Nooooo. Lo digo porque los de Dolce & Gabanna han desempolvado mi anuncio favorito.

No suelen gustarme los anuncios de perfumes. Tampoco logro recordar nunca cómo se llama la fragancia que pretenden vendernos los señores de D & G. Pero este anuncio me priva. Confieso públicamente tamaña frivolidad. ¿Será por el maravilloso y refrescante paisaje mediterráneo? ¿Será por la canción de fondo, que hace pensar en un viejo melodrama italiano protagonizado por Rosanno Brazzi, el galán por el que suspiraban las mujeres en los años cuarenta y cincuenta? ¿O será tal vez por ese latin lover de mirada intensa que hace amago de bajarse el bañador blanco, pero nunca acaba de decidirse? Bueno, que cada cual haga sus conjeturas.

Y como el calor deja las neuronas al ralentí y de vez en cuando viene bien un poco de frivolidad para despertarlas, cuelgo aquí el anuncio para deleite de las féminas… y también de los caballeros, porque los publicistas han incluido una chica guapa para que nadie se queje (aunque al chico le dan más cancha).

¿A que dan ganas de darse un chapuzón?


domingo, 12 de julio de 2009

ME GUSTAS CUANDO CALLAS...



Un poco de poesía para saborearla en el día en que se cumplen 105 años del nacimiento de Neftalí Reyes, más conocido como Pablo Neruda, acompañada de la versión que hizo Víctor Jara del poema 15 de Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924). Ambos murieron poco después del sangriente golpe de estado de Pinochet. Neruda de cáncer, Jara torturado y acribillado por los golpistas.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.

lunes, 6 de julio de 2009

BIEN ESTÁ LO QUE BIEN EMPIEZA

Ando estos días de bochornoso calor releyendo a ratos El siglo de las luces de Alejo Carpentier. Un libro que abandoné hacia la página 12 en el primer intento – tenía entonces veintitantos años - y que me hechizó cuando lo abrí por segunda vez, ya en la treintena. Creo que los libros, como todo en la vida, tienen su momento. Y si ese momento no ha llegado, ya sea porque nos falta madurez, o porque no nos encontramos bajo el estado de ánimo apropiado, o porque tenemos otras cosas en la cabeza que nos impiden disfrutar de una novela, la lectura difícilmente podrá complacernos. Claro que también puede ocurrir que un libro simplemente no nos guste ni pueda llegar a gustarnos jamás, igual que nos pasa con ciertas personas. Pero eso ya sería otro tema.

El caso es que releyendo la novela de Carpentier, me ha dado por rumiar lo importante que es – hoy en día más que nunca - el comienzo de un libro. Esas primeras líneas que pueden meternos de lleno en la historia, o empujarnos a abandonarla después de haber leído unas pocas páginas. Creo que nunca un libro se había jugado tanto como ahora con el párrafo inicial. Y me pregunto si conseguiría destacar en el mercado actual una novela como El siglo de las luces, con sus personajes bien trazados que se mueven entre el Caribe de finales del siglo XVIII y la Francia de la Revolución, llena de hermosas descripciones que rezuman maestría y sensibilidad, pero escrita sin apenas puntos y aparte y con un comienzo que, ahora que todos nos hemos vuelto lectores impacientes y estamos habituados a que los autores nos empujen sin preámbulos dentro de una historia (a ser posible, escrita a ritmo vertiginoso para que no nos aburramos ni un segundo) podría parecer denso. Si a la impaciencia lectora (en la que todos caemos en mayor o menor medida, dada la vida que llevamos) le añadimos la cantidad de novedades que se publican, lo difícil que lo tienen para destacar en la mesa de novedades y el poco tiempo que dura un libro sobre esa mesa, creo que ahora hasta un maestro como Carpentier lo tendría más difícil. Por suerte, él conoció tiempos menos apresurados y los lectores de ahora, a pesar de nuestra impaciencia adquirida, podemos disfrutar de novelas como El siglo de las luces.

Puesto que hoy estoy trabajadora, copio abajo las primeras líneas de El siglo de las luces y tres comienzos de esos que abren la puerta de la novela de par en par, invitando al lector a entrar hasta la mismísima cocina para que se empape de la vida de los personajes.

Detrás de él, en acongojado diapasón, volvía el Albacea a su recuento de responsos, crucero, ofrendas, vestuario, blandones, bayetas y flores, obituario y réquiem – y había venido éste de gran uniforme, y había llorado aquél, y había dicho el otro que no éramos nada… - sin que la idea de la muerte acabara de hacerse lúgubre a bordo de aquella barca que cruzaba la bahía bajo un tórrido sol de media tarde, cuya luz rebrillaba en todas las olas, encandilando por la espuma y la burbuja, quemante en descubierto, quemante bajo el toldo, metido en los ojos, en los poros, intolerable para las manos que buscaban un descanso en las bordas.
El siglo de las luces, Alejo Carpentier

Estaba buscando un sitio tranquilo para morir. Alguien me recomendó Brooklyn, de manera que al día siguiente salí de Westchester y fui para allá a reconocer el terreno. No había vuelto en cincuenta y seis años, y no me acordaba de nada. Mis padres se habían ido de la ciudad cuando yo tenía tres años, pero el instinto me llevó al barrio donde habíamos vivido, arrastrándome como un perro herido al lugar donde nací.
Brooklyn Follies, Paul Auster

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre le llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.
Cien años de soledad, Gabriel García Márquez

Llevaba los pantalones arremangados y el agua me mojaba los tobillos. Me gustaba estar así, de pie, inmóvil, en silencio. Me gustaba tener los ojos cerrados y sentir cómo la brisa del mar me revolvía el pelo. También me gustaba escuchar el rumor de las olas e imaginar que me estaban diciendo algo. Me ocurría como con el tictac del despertador en las noches de insomnio, que siempre me decía lo mismo: “No puede ser, sí puede ser, no puede ser.” Las olas, en cambio, decían: “Ahooora, ahooora”. O decían: “Bueno, bueno.” O también: “Vaaamos, vaaamos.”
Carreteras Secundarias, Ignacio Martínez de Pisón


La fotografía la he tomado de www.cubanet.org