viernes, 30 de abril de 2010

EL BEATLE DISCRETO

Escuchado esta mañana mientras esperaba mi turno en una copistería:



A veces estamos en una tienda aguardando a que nos toque la vez, o en un bar anodino apurando un café rápido, o simplemente esperando en una copistería abarrotada de gente, cuando la radio que tienen encendida los empleados para amenizar su jornada laboral emite de pronto, entre otras melodías que no han logrado despertar ninguna reacción, una canción que enseguida nos transporta a otro tiempo. A otra vida tan lejana que ni parece nuestra. Y surgen de la memoria aquellos pantalones de campana cuyas perneras chocaban entre sí y emitían un sonido siseante cuando andábamos. Y los espantosos zapatos de plataforma cuyas punteras parecían buques rompehielos. Y las camisetas ajustadas y cortas enseñando ombligos que todavía no sabían lo que era un piercing. Y dejamos de ver a los chavales que hacen fotocopias a destajo y a la gente que espera con nosotros, porque George Harrison, el Beatle más discreto, el que tenía cara de buena persona, ha despertado nostalgias de un tiempo que sólo existe ya en el recuerdo.

jueves, 22 de abril de 2010

L'ÂME DES POÈTES

Tanto escuchar a George Brassens me ha hecho acordarme de otro chansonnier ilustre y carrozón, Charles Trenet, y de dos días extraños que pasé en Narbona, la pequeña ciudad del sur de Francia donde nació Trenet en 1913.

Conocía Narbona de cuando venía con mis padres de Alemania en agosto y atravesábamos Francia en coche bajo un sol de justicia, sin aire acondicionado y pertrechados de nevera portátil y bolsa llena de fiambreras, igual que la familia Rosell de Días de menta y canela. Cuando mi padre desplegaba el mapa durante las paradas, siempre oía nombrar Montpellier, Beziers y Narbona, entre otros muchos lugares por los que pasábamos. Al principio viajábamos por carretera y atravesábamos estas ciudades de cabo a rabo. Después empezamos a venir por autopista y estos nombres apenas eran una referencia fugaz que leíamos en los indicadores.

Hace cuatro años, durante un viaje a Italia por carretera (o autopista, para ser exacta), se nos averió el coche al poco de haber entrado en Francia. A sólo cien kilómetros de la frontera. Entre Beziers y Narbona. Logramos llegar hasta la estación de servicio más próxima, donde un amable empleado avisó a “l’assistance” de la autopista. Tras una ansiosa espera bajo el sol de justicia característico del mediodía francés, apareció el camión de la asistencia, del que descendió otro señor muy amable que nos instó por señas a abrir el capó. Hurgó un poco dentro del motor y levantó la cabeza para hacernos entender como pudo (él sólo hablaba francés y nosotros apenas sabíamos saludar en francés y pedir comidas de nombre poco complicado en los restaurantes) que ese problema le correspondía resolverlo al concesionario local. Cargó nuestro coche en la parte de atrás del camión, a nosotros nos hizo sentarnos delante con él y fuimos conducidos a Narbona, con la moral por los suelos ante la perspectiva de que se nos esfumara el viaje.

En la ciudad que tantas veces atravesé durante mi infancia pasamos dos días de incertidumbre, sin saber si nos arreglarían el coche para continuar el viaje, si nos harían dejarlo por tiempo indefinido en el concesionario de Narbona, que al ser agosto trabajaba con un mínimo de personal, o si nos tocaría enviar el automóvil traidor a España en grúa y regresar nosotros en tren. Mientras esperábamos a que nuestro seguro nos sacara de allí de algún modo, descubrimos una alegre ciudad atravesada por el canal de La Robine con sus esclusas y esas barcazas tan francesas amarradas en la orilla, una ciudad que conserva algunos restos arquelógicos de su pasado romano y un casco antiguo pequeño pero interesante. Una ciudad donde la gente se sentaba en las terrazas de los restaurantes junto al canal y se ponía hasta los ojos de comer mejillones. Un lugar donde una simple ensalada de “fromage” contenía los mejores quesos que habíamos comido jamás.

Y durante unos de los paseos que dimos por las calles de Narbona para matar el tiempo, descubrimos una fachada adornada con una especie de poema. Al leerlo detenidamente, vimos que se trataba de un fragmento de la letra de una canción de Charles Trenet: L’âme des poètes. Un detalle tan francés como las barcazas del canal, las ensaladas de fromage, los bares donde sacaban unas cacerolas negras llenas de mejillones o las terrazas en las que ofrecían música en vivo al atardecer. Porque los franceses están orgullosos de sus artistas, algo que me parece estupendo, por cierto. ¿Alguien se imagina a un español adornando la fachada de su casita con letras de canciones de (gustos personales al margen) Concha Piquer, Antonio Molina, Nino Bravo, Raphael, por poner algún ejemplo? Creo que aquí no nos atreveríamos a hacerlo por si se burlaban de nosotros, o nos llamaban carrozas, o incluso por si a alguien le daba por asociarnos con la ideología política de tal o cual artista al que vinculamos a determinado partido. Somos así de chulos, o así de tontos.

A los dos días de la avería, el seguro nos consiguió un coche de alquiler que nos permitió continuar el viaje hasta Italia, mientras dejábamos el nuestro en el concesionario de Narbona para recogerlo a la vuelta. Y a pesar de habernos visto varados en esa ciudad sin hablar apenas francés y con la incertidumbre de no saber si se esfumarían nuestras vacaciones, guardo muy buen recuerdo de Narbona y del canal que la partía en dos, y desde entonces siempre que oigo ese nombre me acuerdo de Charles Trenet y de L’âme des poètes.



viernes, 16 de abril de 2010

LES LILAS

Aunque cada año se empeñen en ciertos grandes almacenes en anunciarnos la primavera cuando todavía hace un frío que pela, creo que el indicador más fiable de que llega el buen tiempo sigue siendo el reverdecimiento de los árboles y el trinar enloquecido de los pájaros desde las ramas que ya no están calvas como la cabeza de Yul Brynner.

La otra mañana atravesaba la zona ajardinada de una plaza del centro y me di cuenta de golpe de cómo han cambiado los árboles. Los de esta plaza en concreto no se han vestido sólo de verde, sino también de lila, uno de mis colores favoritos. Llegué a casa con un increíble subidón de optimismo y tarareando mentalmente Les Lilas de George Brassens. Sólo mentalmente. Que nadie se asuste. Me gusta mucho la música, pero sé que "tengo poca voz pero desagradable", como me dijo un día un amigo (o tal vez enemigo, porque con semejantes piropos...). Así que, para dar la bienvenida a la primavera mejor cuelgo la canción del genuino monsieur Brassens. Para los que sepáis poco francés, como es mi caso, hay una traducción del la letra en la página Poemas en francés.


lunes, 12 de abril de 2010

Días de menta... en www.novelasrecomendadas.com


Desde aquí quiero dar las gracias al equipo de la web www.novelasrecomendadas.com, una excelente página dedicada a recomendar libros donde los internautas podemos votar y comentar cada novela, por haber dedicado una entrada a Días de menta y canela. Lo dicho: muchísimos thankyous.

Aquí tenéis el enlace del post, por si os apetece leerlo y poner un comentario o dar vuestro voto.

Enlace

domingo, 11 de abril de 2010

BARRY WHITE Y BIZCOCHITO

Un poco de humor mientras vemos declinar el domingo. ¿Quién no recuerda a Bizcochito de Ally McBeal, el friqui más friqui de las series de televisión, bailando en el lavabo unisex del bufete de abogados al son de You're The First, The Last, My Everything de Barry White?



Para comparar, la versión original y genuina de Barry White. Esta noche, siempre podremos ponernos a bailar en plan Bizcochito mientras hagamos la cena, cuando nos lavemos los dientes antes de irnos a la cama... Sólo es cuestión de fijarse en la coreografía de los chicos de Ally McBeal. Por cierto, ¿alguien recuerda el nombre del actor? Para mí siempre será Bizcochito.

sábado, 10 de abril de 2010

ESCRIBIR EN EL AUTOBÚS


Ya estoy de regreso después del descanso de Semana Santa y unos días de mucho trabajo en los que no me ha quedado tiempo para nada. Pero aquí estoy de nuevo, con mono de blog incluido.

Para la vuelta traigo un vídeo curioso que he visto hoy en La Vanguardia. Se trata de una campaña de TMB para promover la escritura y la lectura entre los viajeros del transporte público. Y con ese fin salen dos escritores, Màrius Serra y Silvia Soler, redactando un pequeño relato, el uno dentro de un autobús urbano y la otra en el intercambiador de Diagonal. De las dos imágenes, la que me ha chocado muchísimo ha sido la de Serra, sentado en la plataforma de un autobús en marcha ante una mesita adornada con un tulipán rosa y tecleando en un ordenador portátil bajo la mirada curiosa (o perpleja) de los pasajeros.

Yo suelo moverme bastante en autobús por mi ciudad (en realidad, lo que me gusta es ir caminando a los sitios, pero si están muy lejos, no queda más remedio que tirar de transporte público) y sólo de imaginarme la hazaña de desplegar el ordenador portátil y ponerme a escribir en horas punta, cuando vamos todos tan apretujados que hasta cuesta trabajo sacar el móvil del bolso o abrir un libro, sin mencionar los frenazos y las sacudidas con que nos obsequian algunos conductores poco cuidadosos o directamente cabreados con el mundo, me da la risa tonta. Como para colocar en nuestros autobuses una mesita con un flexo y un clavel rosa alojado en jarrón de porcelana. Supongo que para rodar el spot atornillarían bien el mobiliario de oficina al suelo.

(La fotografía la he tomado de www.tmb.cat)

Aquí el link para ver el vídeo.