lunes, 20 de octubre de 2008

TRES HOMBRES Y UNA OBRA DE... ¿ARTE?

Ayer, por fin, tuve la oportunidad de ver ARTE de Yasmina Reza. Ya quise ver esta obra cuando se estrenó en España, hace unos cuantos años, con José María Pou, Carlos Hipólito y Josep María Flotats, pero me quedé con las ganas. Como ahora lo tenía fácil, porque nos la han traído a Zaragoza, con Luis Merlo, Alex O’Dogherty e Iñaki Miramón, he podido satisfacer ese deseo. Y disfruté mucho de los diálogos, de los estupendos actores, capaces de estar más de dos horas sobre el escenario sin descansos y sin decaer en ningún momento, y de ese “cuadro blanco con tenues rayas diagonales, también blancas”, que uno de los tres amigos protagonistas, el snob Sergio, compra por cincuenta mil euros y que desencadena una serie de discusiones, cada vez más agrias, entre los tres amigos. Disputas que hacen tambalearse su amistad y sacan a la luz las miserias de cada uno.

La trama de Arte me recuerda al cuento El traje nuevo del emperador de Hans Christian Andersen, donde un sastre sinvergüenza vende al emperador por una fastuosa suma un traje ficticio, o sea, nada de nada, haciéndole creer que es una prenda maravillosa de rico paño y artística hechura, cuando el pobre emperador no lleva nada encima y acaba pavoneándose en ropa interior ante sus súbditos, y nadie, desde el propio monarca estafado hasta el pueblo pasando por los cortesanos, se atreve a admitir que no ve ningún traje esplendoroso, sólo a un pobre hombre haciendo el ridículo en paños menores. Tiene que ser, cómo no, un niño pequeño el que se atreva a exclamar que ese señor anda desnudo.

En la obra de Yasmina Reza, el papel del traje inexistente lo cumple el lienzo blanco, “pintado” por un famoso pintor al que veneran los gurús del arte. El niño sincero aquí es uno de los amigos, el cascarrabias Marcos, que no entiende cómo Sergio ha podido gastarse una fortuna en una “mierda pintada de blanco”, según dice él. Y el infeliz apocado que no se atreve a dar su opinión sincera y hace el paripé a unos y otros para no quedar mal, es Iván, tan conciliador que se convierte en una pelota de ping-pong que es lanzada de un lado a otro. Entremedias, unos diálogos con mucha miga que se suceden con gran agilidad y arrancan al público una carcajada detrás de otra.

Disfruté muchísimo de esta mordaz reflexión sobre cómo nos dejamos sugestionar a veces por la opinión de los demás y, por miedo a ser tachados de idiotas, incultos o aguafiestas, nos apresuramos a alabar lo que, en muchos casos, sólo es artificio ensalzado por algún vivales.

1 comentario:

Anónimo dijo...

El cuento de Andarsen lo conozco y me gustaria. No conozco la obra de teatro, pero despues de leerte me gustaria verla. A ver si tengo oportunidad.
Gracias por el informe y un abrazo