martes, 27 de octubre de 2009

EL TREN DE LA MEMORIA

Gracias a que Samuel, un lector de este blog, me avisó el viernes de que echaban en La 2 El tren de la memoria, pude ver por fin este documental sobre los españoles que emigraron a Alemania a principios de los años sesenta, y que hacía ya tiempo que deseaba ver. Mereció la pena. Contemplar las imágenes de los hombres y las mujeres que viajaron a Alemania en aquellos trenes especiales, fletados para llevar mano de obra a la floreciente industria alemana, fue como ver a mi padre, que se subió a uno de esos vagones en el sesenta y uno. Y también se sentaban allí los personajes de Días de menta y canela: el padre de Clara Rosell, Héctor Laborda, padre, y el sacerdote Antonio Vargas Maldonado. Y salía la estación de Köln-Deutz, a cuyos andenes llegaban esos españoles, agotados después de un duro viaje y humillados por el modo en que se les trataba a su llegada. Como cuando se les obligaba a colgarse un número identificativo en la ropa. Y se mencionaban los reconocimientos médicos a los que se sometía a esos emigrantes para verificar si estaban sanos y aptos para trabajar. Mi padre me habló una vez de esas revisiones, aunque no le gustaba mucho recordarlas. Y dijo lo mismo que las personas entrevistadas en la película: que les reconocían como si fueran caballos. O caballerías, como dicen en el documental y cuenta Enrique Rosell en Días de menta y canela: “…nos hicieron ponernos en fila como en la mili y nos miraron los dientes igual que a las caballerías.”

Los emigrantes entrevistados para el documental narraron algunas anécdotas sobre sus primeros tiempos en Alemania que, lo confieso, me emocionaron, porque se parecían a las que yo había oído contar en casa. Como lo que le ocurrió a un señor en el supermercado cuando compró carne enlatada y resultó ser comida para perros. Eso también les pasó a mis padres. Y al principio, ellos tampoco escaparon de pedir la comida a los tenderos recurriendo a la mímica, como por ejemplo hacer quiquiruiqui o mover los brazos como si fueran alas para pedir pollo o huevos. Algo que también refleja Carlos Iglesias en la escena del supermercado de la estupenda película Un franco 14 pesetas.

Por no faltar, en el documental no faltan ni imágenes de esos bailes que se hacían en los centros de españoles. Aquí vemos a una banda de pop tocando La llamaban Charly. Y resulta que sus integrantes se parecen muchísimo a Los Benidorm de Días de menta y canela. Como seguramente habréis adivinado los que leísteis mi libro, los chicos de Los Benidorm están inspirados en unos chavales que conocí en Alemania y que versioneaban los éxitos españoles del momento en los centros donde se reunían los emigrantes. Pues cuando salieron esos músicos en el documental, juro que me fijé con mucha atención en sus caras por si eran los que yo conocí. Por supuesto, no eran ellos. Pero lo podrían haber sido.

En el coloquio posterior, las directoras del documental, Marta Arribas y Ana Pérez, aludieron a lo difícil que les resultó encontrar en España material gráfico sobre aquellos tiempos, teniendo que recurrir a los archivos de televisiones europeas. Algo muy similar me ocurrió a mí cuando me documenté para escribir Días de menta y canela. Haciendo consultas en Google sobre la emigración a Alemania de los años sesenta, apenas encontraba nada que mereciera la pena. Sin embargo, tecleando lo mismo en alemán en www.google.de, hallé muchísimo material: fotografías, testimonios de españoles que viajaron en esos trenes (como la web http://www.angekommen.com/), páginas donde emigrantes hablaban sobre su vida en los países de la Europa rica, etc.

Y para terminar, incluyo una reflexión. Últimamente he observado que abundan en España, tanto en el cine como en la literatura, historias sobre las personas que vienen a trabajar aquí empujadas por la necesidad. Y eso es estupendo. Me parece muy necesario que intentemos comprender a los inmigrantes y ponernos en su lugar, en vez de verles como intrusos que llegan para quitarnos lo nuestro. Pero al mismo tiempo, veo que los españoles seguimos siendo reacios a reconocer que hasta hace relativamente poco, eran nuestros padres y abuelos los que emigraban en busca de una vida mejor, ya fuera a América o a la Europa rica. Como si nos diera vergüenza recordar que entonces, los pobres éramos nosotros. Y eso es algo que no deberíamos olvidar con tanta ligereza. Porque es nuestro pasado. Y, como decía Gabriel García Márquez (cito de memoria): Quien olvida su pasado, está condenado a cien años de soledad.

En resumen, El tren de la memoria es un pedazo de documental sobre nuestra historia reciente que, como decía Cayetana Guillen-Cuervo en el coloquio posterior, debería proyectarse en los colegios.


14 comentarios:

Gonzalo Muro dijo...

Parece muy interesante lo que cuentas y es cierto que en tiempos en los que se reivindica la Memoria no parece lógico que esta página de nuestra historia se olvide y sólo salga a la palestra cuando algunos (normalmente aquellos que no pasaron por la experiencia) aseguran con dignidad eso de "pero nosotros íbamos con papeles".

Creo que tu libro rellena parte de ese hueco olvidado. Tomo nota del documental por si tengo la oportunidad de verlo.

Un saludo.

39escalones dijo...

Uf, hay tanto cine que debería proyectarse en los colegios... Mi padre también tuvo que marchar fuera, a Suiza en su caso (al hilo de "Un franco 14 pesetas", mejor como ejercicio de memoria, inexacta o llena de concesiones, por otra parte, que como película, con cierto mérito, pero blandita).
Es verdad que falta cine sobre los españoles por el mundo (ahora que tanto abundan en la tele, en bloque o por subsecciones territoriales). Una que vale la pena, en tono de cine negro: "Hormigas en la boca".
Abrazos.

Anónimo dijo...

Me alegro de haberte avisado a tiempo Carmen. Creo que no debemos olvidar ni lo que fuimos ni las cosas que hicimos, nuestros errores y aciertos. Para transmitir a nuestros hijos que hay que aceptar al diferente, acoger al que sufre y tiene necesidad como nuestros mayores hubieron querido ser acogidos y aceptados. Pero la historia es terca y a veces decide repetirse. espero equivocarme una vez más.

Samuel

Anónimo dijo...

Me viene que ni pintado tu post para retomar el tema de "Dias de Menta y Canela". Acabo de terminar de leer tu libro y la verdad es que me ha gustado mucho. Así que enhorabuena. Tienes un estilo que engancha desde la primera linea. Recomendaré su lectura.
Por otra parte, creo que casi toda nuestra generación es hija de emigrantes. En mi caso, mi padre partió de una aldea gallega a Barcelona con 13 años en el año 27 (tiempo de los preparativos para la exposición del 29, una de las grandes oleadas migratorias de este país). En esa época, Barcelona estaba más "lejos" de Galicia, de lo que en los sesenta estaba Alemania. Bueno, el idioma ayudó, pero abrirse camino fue también duro, durísimo.
Así que también he reconocido en tu novela historias familiares, penurias, morriñas y, sobre todo, ese afán (hoy perdido, creo) de buscar un mundo mejor para sus hijos: nosotros.
Probablemente pocas veces les hemos dado las gracias cuando estaban vivos. Quizás éramos demasiado jóvenes. Obras como la tuya ayudan a no olvidar y a tener siempre presente a toda una generación que basó su existencia en el esfuerzo y en la búsqueda de un mundo mejor y más justo.

Magda

Carmen Santos dijo...

Gww: Desde luego, no es lógico ni justo que caiga en el olvido esa página de nuestra historia. Pero ya se sabe: la gente olvidamos lo que nos incomoda. Y ahora que nos hemos vuelto tan europeos y tan "fashion", no apetece recordar que nuestros padres y abuelos emigraban con lo puesto.
Si tienes oportunidad de ver el documental, no te lo pierdas. Es muy bueno.
Besos

39escalones: Como dice Magda más abajo, casi todos los españoles tenemos algún emigrante en la familia o lo fuimos nosotros mismos.
En cuanto a "Un franco 14 pesetas", a mí me gustó mucho. Vale que no es una película que cuente las cosas con dureza, pero es real como la vida misma que llevábamos en aquel tiempo. Yo me reconocí en muchas de las situaciones que cuenta Iglesias, como por ejemplo, cuando al niño le toca hacer de intérprete para sus padres. Eso para los hijos de los emigrantes era el pan de cada día.
Estupenda película "Hormigas en la boca".
Besos

Carmen Santos dijo...

Samuel: Gracias de nuevo por haberme avisado. Últimamente veo tan poca televisión que ni consulto la programación.
Desde luego, no deberíamos olvidar nunca lo que fuimos o hicimos para hacerlo mejor en el futuro. Lo malo es que nuestra memoria suele ser frágil.
Besos

Magda: Me alegro mucho de que te haya gustado mi novela.
Es verdad que la emigración desde unas zonas de España a otras más ricas fue muy importante y que aquellos emigrantes también las pasaron canutas. Y nosotros, los hijos, nunca les dimos las gracias por buscarnos un futuro mejor, ni hablamos con ellos sobre cómo se sintieron. Yo sólo pregunté a mi padre una vez por su viaje a Alemania en el tren. Era un tema que no me apetecía plantear. Supongo que se debía a que, como tú apuntas, era demasiado joven. Y mira que me he arrepentido veces desde entonces de no haberle hecho más preguntas cuando él vivía. Pero ya se sabe: de jóvenes pasamos de esas cosas.
Besos

carmen dijo...

Estupendo todo lo que has escrito.Yo que me he leído tu libro,reconozco que das muchos datos de lo que fue aquella emigración de españoles a Alemania,y además poniéndole alguna que otra nota de humor que hace que se te escape alguna que otra carcajada.
Siento haberme perdido el documental,pero como dice por ahí arriba 39,la película "Hormigas en la boca",debe de tratar bien el tema de los españoles por el mundo.Intentaré hacerme con ella.
Ya sabes que en esto ,nuestro amigo 39,es un experto.
Saludicos.

Carmen Santos dijo...

Gracias, Carmen. Es que procuré escribir el libro con humor. De lo contrario, me habría quedado muy lacrimógeno.
A las recomendaciones cinematográficas de Alfredo se les puede hacer caso sin reservas, porque nunca falla. Es un lujazo.
Saludicos

Ernesto dijo...

No vi el programa en cuestión, aunque si la película que señalas. De todas formas, tu novela Días de menta y canela da una excelente visión del tema de la emigración, pues aparte de la trama en si, es un auténtico documento.

Como ya he dicho varias vecea, es necesario recordar que antes de ser un país receptor de emigración, lo que es actualmente, fuimos nosotros los que marchamos fuera, y por ello no debemos caer en las condutas que un día nos molestaron.

Un abrazo.

Carmen Santos dijo...

Totalmente de acuerdo, Ernesto. No debemos olvidar que hasta hace bien poco, España fue un país del que la gente emigraba para poder vivir. Ahora, los españoles nos comportamos como si todo aquello no hubiera ocurrido y como si siempre hubiéramos sido un país con un alto nivel de vida... y así nos va.
Besos

Manolo dijo...

Hola Carmen,
En cuanto empecé a verlo me acordé de tu novela. No lo terminé pero parecía que se habían documentado con tu libro.

Saludos

Carmen Santos dijo...

Hola, Manolo: Es que todos hemos bebido de las mismas fuentes. Cuando hablamos de la emigración de los años sesenta a Alemania, es inevitable que salgan aquellos trenes, los reconocimientos médicos, los barracones, la difícil adaptación de los integrantes de la primera generación a un entorno que no entendían y las anécdotas de lo que les ocurría por desconocimiento del idioma y de las costumbres. Es lo que había.
¿Cómo llevas la producción literaria?
Besos

NINGUNO dijo...

Hoal, Carmen; muy interesante lo que cuentas, pero la memoria es flaca... yo también podría dar testimonio, pero yo era un privilegiado a pesar de todo... y sin embargo.
En los alrededores de Burdeos, en las zanjas de las calles, en el fondo de la zanja, siempre con el pico o la pala, había un español o un portugués, o un turco, o un argelino; al borde de la zanja podía haber un italiano.. pero el contratista o empresario era siempre un francés.
En la estación de Irún, los emigrantes españoles, como corderos asustados, buscaban afanosos un tren que les llevaba a Europa y sus maletas subían y bajaban del tren por las ventanillas...
En Suiza, un grupo de emigrantes andaluces nos cedieron una noche de lluvia sus colchones en el suelo de un barracón de madera; al amanecer, antes de irse al trabajo, nos dejaron el desayuno preparado... y todo ello en silencio, para no despertarnos.
Esto no hace falta que me lo cuente nadie; yo fui testigo de sus vidas muchas veces.
Mariano Ibeas

Carmen Santos dijo...

Hola, Mariano: Es muy interesante todo lo que cuentas. Me ha llamado la atención sobre todo lo de los andaluces que os dejaron sus colchones y el desayuno preparado al amanecer. Esa solidaridad entre españoles era muy frecuente en aquellos tiempos. También lo era que se formaran buenas amistades entre personas muy diferentes que en España ni se habrían hablado. Al regreso a España, esas relaciones de amistad solían enfriarse casi siempre, pero en el "infortunio", como decía Forges, se forjaban "conocencias" curiosas.
Besos