lunes, 6 de julio de 2009

BIEN ESTÁ LO QUE BIEN EMPIEZA

Ando estos días de bochornoso calor releyendo a ratos El siglo de las luces de Alejo Carpentier. Un libro que abandoné hacia la página 12 en el primer intento – tenía entonces veintitantos años - y que me hechizó cuando lo abrí por segunda vez, ya en la treintena. Creo que los libros, como todo en la vida, tienen su momento. Y si ese momento no ha llegado, ya sea porque nos falta madurez, o porque no nos encontramos bajo el estado de ánimo apropiado, o porque tenemos otras cosas en la cabeza que nos impiden disfrutar de una novela, la lectura difícilmente podrá complacernos. Claro que también puede ocurrir que un libro simplemente no nos guste ni pueda llegar a gustarnos jamás, igual que nos pasa con ciertas personas. Pero eso ya sería otro tema.

El caso es que releyendo la novela de Carpentier, me ha dado por rumiar lo importante que es – hoy en día más que nunca - el comienzo de un libro. Esas primeras líneas que pueden meternos de lleno en la historia, o empujarnos a abandonarla después de haber leído unas pocas páginas. Creo que nunca un libro se había jugado tanto como ahora con el párrafo inicial. Y me pregunto si conseguiría destacar en el mercado actual una novela como El siglo de las luces, con sus personajes bien trazados que se mueven entre el Caribe de finales del siglo XVIII y la Francia de la Revolución, llena de hermosas descripciones que rezuman maestría y sensibilidad, pero escrita sin apenas puntos y aparte y con un comienzo que, ahora que todos nos hemos vuelto lectores impacientes y estamos habituados a que los autores nos empujen sin preámbulos dentro de una historia (a ser posible, escrita a ritmo vertiginoso para que no nos aburramos ni un segundo) podría parecer denso. Si a la impaciencia lectora (en la que todos caemos en mayor o menor medida, dada la vida que llevamos) le añadimos la cantidad de novedades que se publican, lo difícil que lo tienen para destacar en la mesa de novedades y el poco tiempo que dura un libro sobre esa mesa, creo que ahora hasta un maestro como Carpentier lo tendría más difícil. Por suerte, él conoció tiempos menos apresurados y los lectores de ahora, a pesar de nuestra impaciencia adquirida, podemos disfrutar de novelas como El siglo de las luces.

Puesto que hoy estoy trabajadora, copio abajo las primeras líneas de El siglo de las luces y tres comienzos de esos que abren la puerta de la novela de par en par, invitando al lector a entrar hasta la mismísima cocina para que se empape de la vida de los personajes.

Detrás de él, en acongojado diapasón, volvía el Albacea a su recuento de responsos, crucero, ofrendas, vestuario, blandones, bayetas y flores, obituario y réquiem – y había venido éste de gran uniforme, y había llorado aquél, y había dicho el otro que no éramos nada… - sin que la idea de la muerte acabara de hacerse lúgubre a bordo de aquella barca que cruzaba la bahía bajo un tórrido sol de media tarde, cuya luz rebrillaba en todas las olas, encandilando por la espuma y la burbuja, quemante en descubierto, quemante bajo el toldo, metido en los ojos, en los poros, intolerable para las manos que buscaban un descanso en las bordas.
El siglo de las luces, Alejo Carpentier

Estaba buscando un sitio tranquilo para morir. Alguien me recomendó Brooklyn, de manera que al día siguiente salí de Westchester y fui para allá a reconocer el terreno. No había vuelto en cincuenta y seis años, y no me acordaba de nada. Mis padres se habían ido de la ciudad cuando yo tenía tres años, pero el instinto me llevó al barrio donde habíamos vivido, arrastrándome como un perro herido al lugar donde nací.
Brooklyn Follies, Paul Auster

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre le llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.
Cien años de soledad, Gabriel García Márquez

Llevaba los pantalones arremangados y el agua me mojaba los tobillos. Me gustaba estar así, de pie, inmóvil, en silencio. Me gustaba tener los ojos cerrados y sentir cómo la brisa del mar me revolvía el pelo. También me gustaba escuchar el rumor de las olas e imaginar que me estaban diciendo algo. Me ocurría como con el tictac del despertador en las noches de insomnio, que siempre me decía lo mismo: “No puede ser, sí puede ser, no puede ser.” Las olas, en cambio, decían: “Ahooora, ahooora”. O decían: “Bueno, bueno.” O también: “Vaaamos, vaaamos.”
Carreteras Secundarias, Ignacio Martínez de Pisón


La fotografía la he tomado de www.cubanet.org

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Artículo excelente y tremendamente interesante. Has hecho un estupendo análisis de la obra de Carpentier, que por cierto, también en mi caso requirió de una segunda lectura para apreciarla. Esto, como bien dices tu, sucede con frecuencia, a mi al menos me ocurre, así fue también con el Cuarteto de Alejandría de Durrel, que abandoné en mi pimera lectura sin terminar Justines siquiera; años después me fascinó, hasta el punto de que la he releído dos veces más.

También ha habido obras que nunca he conseguido terminar, entre ellas las clásicas "En busca del tiempo perdido", "Ulysses" y otras encuadradas entre las grandes obras.

De Auster, García Márquex y Martínez de Pisón, creo que ya he hablado alguna vez de que se encuentran entre mis autores favoritos.

Perdona por haberme extyendido tanto, pero tu texto me ha encantado. Gracias por él.

Un abrazo.

Leonardo dijo...

Oh, ese primer capítulo de la novela de Carpentier es uno de los recuerdos más vivaces que tengo. La vida de aquellos hermanos huérfanos, sus locuras, un verdadero "encantamiento", como un viento del Caribe que entra de sopetón por la ventana; hace dos o tres días se lo recomendaba a mi hija para las vacaciones.
Y de lo que dices acerca de nuestra relación con los libros, pues es que no le cambiaría ni una coma. Tal Cual. Es más, creo que a veces la enseñanza trata de inculcar la lectura de obras de manera muy temprana y tardamos años en poder volver.
Un saludo.

Carmen Santos dijo...

Ernesto: Tus comentarios siempre son bienvenidos y si son largos... mejor todavía.

Yo tampoco conseguí leerme el Ulíses, y eso que lo intenté varias veces, pero nunca pude pasar de las primeras páginas. De la obra de Proust, sólo leí hace años "Un amor de Swann", que me gustó, pero no hasta el extremo de leerme todos los tomos de "En busca del tiempo perdido".

Con "El cuarteto de Alejandría" tuve mejor "feeling". Me fascinó desde el principio, sobre todo el primer libro, el de "Justine". He tenido muchas veces ganas de releerlos, pero nunca lo he hecho por falta de tiempo. Tengo muchísimos libros interesantes esperando su turno. Pero algún día me cogeré los cuatro de Alejandría y reviviré viejos tiempos lectores.
Besos

Carmen Santos dijo...

Leonardo: Fíjate, precisamente las primeras páginas de "El siglo de las luces" fueron las que más me costó leer, tanto la primera vez que intenté adentrarme en este libro como en el segundo intento. Me resultaron densas y me costó bastante entrar en la historia, aunque una vez dentro, la lectura fue fascinante, hasta el extremo de que me entristeció acabar el libro de tanto como disfruté con él. Sentí exactamente lo que dices tú: como un viento del Caribe que entra de sopetón por la ventana.
Besos

NINGUNO dijo...

Hablando de libros , Carmen, y para los profesionales de la pluma y los "letraheridos" todos, te invito a entrar en esta página... para que veas lo que vale un peine... de Madame Bovary:
http://bovary.univ-rouen.fr

Un abrazo
Mariano Ibeas

carmen dijo...

¡Que buen articulo Carmen.Tienes toda la razón,.Que importante es hoy en día un buen arranque.
Hay que reconocer que el principio del libro El siglo de las luces es espeso,pero si logras pasar,la cosa cambia.Como bien dices ,hay muchos libros que abandonas y al cabo de los años los vuelves a abrir y entonces algo ha cambiado y te enganchas.
Lo dicho Carmen,interesantisimo articulo y sobre todo muy actual,pues lo que dices de las librerías es totalmente cierto .Creo también que hasta Carpentier hoy lo tendría difícil.
Saludicos

Pepa dijo...

No puedo estar más de acuerdo contigo: los libros son algo vivo, que interactúa con el lector. Un libro "cambia", con el tiempo, como cambia el que lo lee, y así, cuántas veces ocurre que lo que nos hizo vibrar nos deja indiferentes,o nos parece un peñazo, o aquello que no pudimos soportar ahora nos apasiona.
Yo soy incapaz de desprenderme de los libros que ya he leído, porque, en un momento determinado, echo mano de ellos para buscar un párrafo, una frase...es como tener unos amigos la mar de buenos y discretos.
Me encanta también prestar libros, para comentar con los amigos...eso sí: hace ya tiempo que los apunto en una libreta, porque los pobres libros no tienen patas, y si no me los traen, no pueden volver...
Besos
Pepa

Carmen Santos dijo...

Mariano: Muchas gracias por el link. Ha sido una gozada poder ver los folios manuscritos de una de mis novela favoritas, aunque sea por ordenador.
Besos

Carmen: Ay, el arranque de un libro. Cada vez cuenta más, al igual que un buen título. Y es que cada día leemos con menos tiempo y más impaciencia, aparte de que hay tanta oferta de novedades literarias que abruman.
Saludicos

Pepa: Cierto, los libros son algo vivo y cambian, igual que cambiamos nosotros. Y no siempre nos movemos lectores y libros en la misma dirección.
A mí también me cuesta desprenderme de los libros por la misma razón que comentas. Así tengo las estanterías, que no cabe ya ni un alfiler.
Besos