
El Alfabeto de Babel, el blog oficial de la revista homónima impulsada por un grupo de gente entusiasta de la literatura, se ha hecho eco en su espacio de la reedición de Días de menta y canela. Desde aquí muchas gracias, Lorena.
Este blog nació para hablar de un libro, pero ha crecido y ahora le apetece hablar de todo un poco

El sábado venía en Babelia un interesante artículo de Ignacio Vidal-Folch sobre ciertos genios de la literatura que fueron despreciables como seres humanos. Entre otros cita a Céline, Neruda y Gorki (enlace aquí). En realidad, el tema no es que sea novedoso. ¿Qué adicto a la literatura no habrá debatido esta cuestión alguna vez con sus amistades o en una tertulia literaria? La de veces que me sorprendí yo en el pasado (ahora, cada vez menos) cuando alguien me hablaba de ese artista idolatrado que en su vida privada había sido un egoísta, un parásito plagiador, un tacaño de lo más mezquino o incluso un sádico perverso. Como si el hecho de escribir una obra literaria de las que nos hacen babear de admiración y mucha envidia, componer una pieza musical sublime, o crear una película magistral, implicara a la fuerza una gran dosis de bondad y humanidad.
A estas alturas, hasta el ermitaño más aislado sabe ya que el 28 de enero murió, a los 91 años, el escritor norteamericano J.D. Salinger, autor de El guardián entre el centeno. Desde entonces, he leído tantas alabanzas de la novela que le dio la fama, que a ratos he llegado a sentirme como un bicho raro porque me dejaron más bien fría las andanzas de Holden Caulfield. A lo mejor es que soy muy retorcida, pero Caulfield me cayó gordo desde el principio. Me pareció un adolescente malcriado, cargante e inadaptado, de esos que van por la vida quejándose de todo y mirando por encima del hombro a los demás. El caso es que empecé a leer este libro con muchas expectativas y cuando lo acabé, me quedó una sensación de “bueno… vale, ¿esto era todo?” Tampoco puedo afirmar que el estilo literario me pareciera gran cosa. Tal vez la decepción se debiera a que lo leí muy tarde, con más de cuarenta años. Quizá me habría sentido más identificada con ese personaje si hubiera descubierto la novela de adolescente. En cualquier caso, ya sea porque el amigo Holden Caulfield no atrapa igual cuando se lee el libro en la madurez, o sea por otra razón, la cuestión es que no consigo sumarme a los que consideran El guardián entre el centeno una obra que marcó su vida. Por mí este libro pasó sin pena ni gloria.
er. Pero no quería dejar pasar esta entrada sin incluir un enlace al artículo que publicó ayer Manuel Vicent en El País en defensa del Cabanyal, el antiguo barrio valenciano que se ve amenazado por una de esas herejías urbanísticas a las que tan aficionados somos en esta España nuestra.