
A estas alturas, hasta el ermitaño más aislado sabe ya que el 28 de enero murió, a los 91 años, el escritor norteamericano
J.D. Salinger, autor de
El guardián entre el centeno. Desde entonces, he leído tantas alabanzas de la novela que le dio la fama, que a ratos he llegado a sentirme como un bicho raro porque me dejaron más bien fría las andanzas de Holden Caulfield. A lo mejor es que soy muy retorcida, pero Caulfield me cayó gordo desde el principio. Me pareció un adolescente malcriado, cargante e inadaptado, de esos que van por la vida quejándose de todo y mirando por encima del hombro a los demás. El caso es que empecé a leer este libro con muchas expectativas y cuando lo acabé, me quedó una sensación de “bueno… vale, ¿esto era todo?” Tampoco puedo afirmar que el estilo literario me pareciera gran cosa. Tal vez la decepción se debiera a que lo leí muy tarde, con más de cuarenta años. Quizá me habría sentido más identificada con ese personaje si hubiera descubierto la novela de adolescente. En cualquier caso, ya sea porque el amigo Holden Caulfield no atrapa igual cuando se lee el libro en la madurez, o sea por otra razón, la cuestión es que no consigo sumarme a los que consideran
El guardián entre el centeno una obra que marcó su vida. Por mí este libro pasó sin pena ni gloria.
De Salinger me llama la atención su decisión de retirarse del mundanal ruido literario en pleno éxito y el hecho de que viviera aislado desde 1951 hasta su muerte, o sea durante más de cincuenta años, escondiéndose tanto de periodistas como de admiradores. Un modo de vida que en estos tiempos, a priori parece un lujo que ningún escritor se puede permitir. Porque desde el momento en que un autor consigue interesar a un editor, sabe que no bastará con que su novela sea transformada en un libro que será distribuido a las librerías, donde con suerte lo expondrán durante un tiempo en la mesa de novedades. Cualquier escritor novato con los pies sobre la tierra es consciente de que hoy en día, los libros duran en esas mesas lo que tarda en derretirse un helado en el mes de agosto y que si no han logrado destacar durante ese lapso efímero, pasarán a engrosar el pelotón de vencidos que regresan cabizbajos a los almacenes de la editorial y desde allí, tal vez sean enviados a la guillotina. Por lo que ahora, a ningún escritor realista se le ocurriría fantasear con retirarse en plan Salinger y dejar que sus libros encuentren solos su camino, ya no hacia el éxito, sino simplemente en pos de la supervivencia pura y dura. Por eso, en estos tiempos de desmesurada oferta literaria, un escritor realista, por muy tímido, misántropo o vago que pueda ser, se alegrará si la editorial decide enviarle a hacer promoción e irá con gusto a todas las emisoras y redacciones que deseen entrevistarle, además de acudir ilusionado a cuantas firmas de ejemplares le propongan. Y no lo hará por engordar su ego (aunque siempre habrá quien sí lo haga por esa razón, claro), sino simplemente por dar a conocer un trabajo en el que ha invertido mucha energía, muchas ilusiones y muchos meses, incluso años de su vida. Luego, conforme pase el tiempo, el escritor novato pero realista irá descubriendo que se lo pasa bien conversando con sus lectores durante las firmas de ejemplares y en las ferias del libro. Y llegará a concluir que, quizá, el retiro de
Salinger no fuera tal lujo, porque se evitó ciertas servidumbres de la vida literaria, pero también se privó de la parte más gratificante: el apoyo de los lectores que anima a seguir escribiendo. Aunque este ya es otro tema que daría para un post propio.
Acabaré hoy con un asunto que no tiene nada que ver con
J.D. Saling
er. Pero no quería dejar pasar esta entrada sin incluir un enlace al
artículo que publicó ayer Manuel Vicent en El País en defensa del Cabanyal, el antiguo barrio valenciano que se ve amenazado por una de esas herejías urbanísticas a las que tan aficionados somos en esta España nuestra.
(La fotografía de Salinger es de Anthony Di Gesu, está en Getty Images, y la he tomado de El País. La del Cabanyal es de Julián Barón y también la he tomado de El País)