El Blog de Carmen Santos
Allí os iré hablando de mi próxima novela, que saldrá en la primavera de 2013, aunque también habrá sitio para posts de opinión, ocurrencias, música, chascarrillos y más. Espero veros por ahí.
Este blog nació para hablar de un libro, pero ha crecido y ahora le apetece hablar de todo un poco
Últimamente estoy tan liada que cuando dispongo de un poco de tiempo se lo dedico a mi novela, de la que ya estoy a punto de terminar la primera versión. El gran perjudicado de la situación es el blog, al que no dedico la atención que merece. Así que he decidido adelantar este verano mi habitual descanso bloguero en un mes. Espero regresar en otoño con más tiempo y renovado vigor, porque el pobre blog merece más dedicación de la que le he prestado en estos últimos meses.
Disfrutad del verano, sed buenos – o no tan buenos, que sin duda es más divertido – y espero que nos volvamos a ver por aquí con las primeras lluvias del otoño.
¡Feliz verano a tod@s!
¡Pero qué abandonadito tengo este blog! A ver si vuelvo a tener tiempo y le meto la marcha que se merece. De momento, y tras varios días queriendo hacerlo, cuelgo fotografías del café literario del Instituto Francés de Valencia, en el que participé el 19 de mayo por invitación del periodista argelino Bouziane Ahmed Khodja.
Bouziane es un encanto. Me recibió con gran amabilidad, me enseñó las instalaciones del Instituto Francés, tan bien equipadas y acogedoras que dan ganas de apuntarse a un curso, y moderó maravillosamente el café literario que tuvo lugar en la cafetería del IFV. Gracias a la invitación de Bouziane tuve la oportunidad de mantener una amenísima charla con los asistentes a la tertulia y de conocer a gente encantadora, como Pascal Letelier, el director del IFV. La Valencia primaveral se me antojó muy bella esa tarde y el barrio del Carmen, donde no había estado desde hacía años, lo encontré precioso y con sabor cosmopolita. En resumen, un viaje breve pero muy bonito, que me ha dejado un dulce sabor de boca.
Cuelgo las fotografías que me ha enviado Bouziane.
En la primera me veis con Bouziane Khodja, atentísima a algo que me estaban preguntando. La segunda es una instantánea de todo el grupo.
Hoy me entero por San Google de que hace 122 años del nacimiento de Charles Chaplin, ese genio de bigotillo, bastón y andares pizpiretes. Así que regreso a esta nuestra comunidad tras algún tiempo de ausencia (es que ando muy liada ahora y el día no me da para más) para homenajear a este buen señor. La verdad es que me ha costado decidirme por una sola escena, porque hay tantísimas para incluir… desde la escena en la que se come una bota en La quimera del oro hasta el baile con el globo terráqueo en El gran dictador, o la escena de la fábrica en Tiempos modernos, y muchas más. Al final, he elegido la de la barbería de El gran dictador, con esa Danza Húngara de Brahms. La verdad es que si fuera hombre, no sé si me pondría en manos de un barbero así, por muy buena música que eligiera para su "performance".
Curiosamente, a mí me ocurre lo mismo. De un tiempo a esta parte, ya no tengo reparos en cargarme en mis novelas a algún personaje que sea especialmente ruin, ni en hacer caer desgracias sobre otros que, sin pecar de malvados, han demostrado ser necios y egoístas. Sabido es que la estupidez puede hacer tanto daño como la maldad. O incluso más. Y cuando fabula, el escritor es quien manda sobre las vidas de sus personajes. ¿Afán justiciero? ¿Sadismo camuflado? ¿O es que con los años nos ataca el síndrome de Harry el Sucio?
(Fotografía de Clint Eastwood tomada del blog Cinemanía. La de Maruja Torres de El País)
La trama es muy sencilla. Un caradura que organiza partidas de dados en Nueva York, interpretado en la peli por otro jeta, el inefable Frank Sinatra, se apuesta mil dólares con el jugador Sky Masterson, aque viene con la envoltura de Marlon Brando, a que no logra seducir a una joven mojigata que pertenece al Ejército de Salvación, a la que da vida, of course, la angelical Jean Simmons. Para llevarse al huerto a la chica, Masterson se saca de la manga un viaje a La Habana y allí, la sargento del Ejército de Salvación sucumbe a la sensualidad del Caribe, a los encantos del galán y al amor. La chica acaba desmelenándose en La Habana para regocijo del gavilán Sky Masterson, que tampoco sale indemne de ese viaje, porque se enamora de la mojigata desbocada y muda su plumaje de ave de presa por el de una dulce palomita.
Lo dicho, una trama sencilla que funciona muy bien gracias a los números musicales y a la sensualidad que desprende la película. Yo la vi de adolescente y quedé encantada con esos espectaculares bailes que se marcan en un tugurio habanero de cartón piedra. Incluso Marlon Brando me parece de lo más seductor en esta película, vestido al más puro estilo gangster mafioso. Y eso que nunca fui Brandoniana. Siempre me ha parecido que este señor tenía el trasero algo gordo. Pero aquí estaba guapísimo. Sería el influjo del trópico, aunque éste fuera de mentira.
Contemplemos cómo bailaban aquí Marlon y Jean:
Juan Bolea ya nos ha deleitado con muchos libros estupendos. Los últimos fueron la serie policíaca de la investigadora Martina de Santo y la novela negra Orquídeas Negras, donde hace de las suyas una mujer fatal – al estilo de las grandes pécoras del cine negro de Hollywood– teniendo como fondo el agreste paisaje de Isla del Hierro. En la novela premiada el protagonista es un abogado honesto que se ve enfrentado a un dilema moral. Vamos, que la historia promete. Yo ya estoy deseando hincarle el diente.
Desde aquí mi enhorabuena.
(La foto la he tomado de El Periódico de Aragón)
Esta mañana he entrado en el blog de Ernesto, Testigo, al que muchos de los que os asomáis aquí conoceréis por sus comentarios, y me he encontrado con la triste noticia de su fallecimiento. Sabía por su familia, que nos mantenía informados a través del blog, que llevaba muchos días ingresado en la UCI, pero siempre pensé que se recuperaría y regresaría al barrio bloguero, como decía él. Por desgracia, no ha sido así.
Entré por primera vez en el blog de Ernesto hace más de tres años y me encontré con un espacio donde había sitio para la cultura, la solidaridad, la historia, la política y muchos, muchísimos más temas de interés. Me gustó lo que leí y me convertí en asidua. La verdad es que esto de internet establece relaciones de amistad que antes jamás habríamos imaginado. A lo largo de los años, nació una de esas amistades virtuales, de blog a blog, en las que sin habernos visto nunca en persona, intercambiábamos comentarios y nos visitábamos en nuestras respectivas casas construidas en la Red. Hoy siento que se ha ido un amigo al que echaré de menos. Desde aquí, mis condolencias a la familia y un abrazo en un momento tan duro.
Hasta siempre, Ernesto.
Cuelgo un vídeo que he tomado del propio blog de Ernesto: El cant dels ocells, cantado por Josep Carreras y Lluis Llach.
Hace ya dos días que en Zaragoza vivimos sumergidos en una niebla espesa como el puré de patatas. De esas que si te dispones a cruzar el Ebro a pie, no ves la orilla de enfrente y tienes la impresión de que antes de que alcances la mitad del puente, la bruma ya te habrá engullido para no soltarte jamás o para transportarte a algún mundo paralelo al estilo de Narnia, aunque sin necesidad de meterte en un armario ropero (que en la edad adulta resulta muy incómodo y da calor). No niego que tiene su belleza contemplar cómo al otro lado del río, las torres del Pilar pugnan por perfilarse entre la niebla que las aplasta. O eso de asomarse a la ventana y ver las casas de enfrente difuminadas por una lámina brumosa que las rejuvenece y embellece, como a las viejas glorias del cine cuando las fotografiaban con filtros en la era pre-photoshop. O dejarse envolver por la humedad que amortigua los sonidos y hace pensar en aquellas vetustas películas inglesas que se desarrollaban en un Londres misterioso y sumido en la niebla, y en las que siempre había algún anciano cascarrabias que salía de casa, miraba a su alrededor y murmuraba: “Maldito puré de guisantes” justo antes de que el malvado de turno le hincara el cuchillo entre las costillas.
Pero romanticismos aparte, a mí este puré de guisantes se me hace muy pesado. Sobre todo cuando dura varios días. Me da sueño, me pone dolor de cabeza y me reblandece las ideas además del cabello, que se vuelve ingobernable y adopta formas de lo más caprichosas. Por el bien de nuestros peinados, ¡que salga pronto el sol, por favor!
Porque digo yo que si ahora nos pusiéramos a expurgar a todos los clásicos de aquellas palabras despectivas que hemos ido eliminando de nuestro lenguaje – aunque, por desgracia, no hemos apartado de nuestras mentes los prejuicios que expresaban esas palabras -, no va a quedar ninguna obra sana. Si quisiéramos cambiar todo lo que nos suene a racista, machista o xenófobo, tendríamos que revisar – y de paso destrozar – infinidad de escritos que han resistido el paso del tiempo por muchos méritos. ¿Qué dejaríamos de la obra de un Celine, por ejemplo? ¿Cómo llamaríamos ahora a Otelo, el Moro de Venecia? ¿Sería Otelo, el magrebí? ¿Es que no somos capaces de leer las obras clásicas situándolas en el contexto histórico (y personal) en el que fueron escritas? ¿Tan difícil es comprender que la vida y la mentalidad de una persona del siglo XIX, del siglo XVIII, de la antigüedad, o incluso de hace tan sólo treinta o cuarenta años, no tiene nada que ver con la de este siglo XXI en el que nos la cogemos con papel de fumar (con perdón de la expresión, que seguro que habrá quien la tilde de políticamente incorrecta)? Si cambiamos a nuestro antojo las novelas que reflejan cómo se vivía y se pensaba mucho antes de nuestro paso por el mundo, aparte de que las dejaríamos irreconocibles y descafeinadas, nos cargaríamos sus virtudes literarias, el mérito de reflejar la sociedad de su tiempo y muchas cosas más. No sé, lo mire como lo mire, a mí esta clase de revisiones me parecen una masacre literaria.
A veces, pienso que no somos más tontos porque la pereza nos impide entrenarnos, pero estoy segura de que si entrenáramos, llegaríamos a lo más alto. ¡Uy, qué reflexión más políticamente incorrecta me ha salido!
(La fotografía reproduce la portada de una edición de Penguin Books)
¡¡Feliz 2011!!
Y tranquilos. No es que haya aprovechado las fiestas para meterme en un quirófano a que me estiren la piel o me inyecten un jeringazo de bótox. Todo esos tratamientos se los he hecho al blog para que empiece el nuevo año bien remodeladito. Con un look fashion, sofisticado y fresco a la vez. Como ciertas actrices cuando las sacan de la cámara frigorífica para que recorran la alfombra roja con la cara lavada y recién planchá. No va a ser mi blog menos que esas señoras. Faltaría más…
Y para rematar, algunas reflexiones navideñas tontas – pero que muy tontas, porque el cerebro no me da para más.
- ¿Por qué se ven durante las Navidades tantos niños por las calles con gorritos de Papa Noël o cuernos de reno rojos? ¿Es que los padres no tienen piedad?
- ¿Por qué se nos van los dedos al turrón, cuando el cerebro sabe que se adhiere a la cintura durante semanas y no hay forma de quitárselo?
- ¿Por qué a algunos árboles de Navidad les ponen adornos tan horteras?
- ¿Por qué a pesar del empacho, logramos hacer sitio en el estómago para añadir el roscón de Reyes? Si tuviera la misma habilidad para encajar más libros en las estanterías, no los tendría que colocar en doble fila.
- ¿Por qué siempre hay alguien que se pone a hacer fotos durante las comilonas familiares (este año fui yo la inoportuna, sin ir más lejos) y al revisarlas, salimos todos con cara de felicidad, la boca llena y una copa de vino en la mano?
- ¿Por qué en enero se llenan los gimnasios de penitentes del turrón que en lugar de cilicio, llevan mallas y camiseta?
- ¿Por qué el director del Concierto de Año Nuevo, Franz Welser-Möst, ese señor con cara de Richard Gere empollón, dirigió a la orquesta con semejante aire de estar por encima del populacho? Ya sabemos que este primer concierto del año es una tradición popular que tiene algo de circo y mucho de tópico, pero ¿no podía haberse enrollado el buen hombre un poco más con el público? Si los que desde la más tierna infancia vemos cada año el concierto del Musikverein, buscamos precisamente los valses vieneses de toda la vida y que no nos falten el dichoso Danubio Azul ni la Marcha Radetzky, por supuesto. Para escuchar música más exigente ya tenemos el resto del año. Además, ¡que tire la primera piedra quien no haya tocado alguna vez palmas al ritmo de la Marcha Radetzky!
Cada año se me echan encima antes las Navidades. Entre lo deprisa que pasan los meses y lo pronto que empiezan a colocar la parafernalia navideña en las tiendas (a este paso, volveremos de vacaciones en septiembre y tendremos ya los turrones en el súper), cada año me pillan más desprevenida y me siento como si me asaltaran con alevosía.
De pequeña me gustaba mucho la Navidad. Y no sólo porque me caían los regalos el día de Nochebuena, que es cuando se entregan en Alemania, aunque también, claro. Me encantaba la nieve, deslizarme cuesta abajo en trineo, comprar con mis padres el abeto en un mercadillo donde nos atendía un señor que se ocultaba tras un gorro de lana, bufanda y guantes gruesos, y por supuesto, adornar el árbol con bolas de cristal, espumillón e hilos de plata. Me gustaba el olor del abeto, que llenaba la casa mientras duraban las fiestas. Y también el de las naranjas y mandarinas importadas desde España, que en es época estaban en su apogeo. Hasta el White Christmas me hacía emocionarme. Y los villancicos alemanes, por descontado. Qué le vamos a hacer. Es que una fue una niña cursi.
De mayor, empecé a detestar las Navidades, el empalago de los villancicos por doquier, el desmelene consumista, los adornos horteras, las luces del Corte Inglés y el arboricidio con posterior entierro de infortunados abetos en el contenedor de la basura. Entremedias quedó un paréntesis de tregua navideña durante la infancia de mi hijo. ¿Quién no vuelve a colocar belenes y abetos (ya de plástico, para no asesinar más árboles) y lo que haga falta para complacer a su retoño? ¿Quién no lleva a sus hijos en esta época a visitar a los Reyes Magos de los grandes almacenes, o al cine para ver películas navideñas (incluida la de Pesadilla antes de Navidad, que a mi hijo le encantó y a mí me dejó un no sé qué de desasosiego en el body)?
Ahora ya no detesto estas fiestas. Tampoco me gustan. Creo que me he suavizado. A lo mejor, me ocurre lo que decía Al Pacino en la película Carlito’s Way: “No es que maduremos con los años, sólo perdemos fuerza” (o algo así, que cito de memoria). El caso es que ya no se me revuelve la bilis cuando veo el mural luminoso del Corte Inglés, los adornos navideños o la invasión de turrones en el supermercado. Sólo me cabrean los anuncios de perfumes por cursis y porque al final, siempre susurra la marca una voz en off gangosa, como de alguien que habla con la boca llena de polvorones. Y me pongo de los nervios cuando entro en una tienda donde el sistema de megafonía no para de escupir los mismos villancicos una y otra vez (¿cómo aguantarán los dependientes sin pillar una depresión?). Por lo demás, he firmado las paces con las Navidades. Me lo paso bien preparando comiditas ricas para mi gente y disfruto cuando nos reunimos toda la familia y hacemos risas comiendo y bebiendo un buen vino. Y sólo deseo que podamos seguir juntándonos todos durante muchos años. Al fin y al cabo, eso es lo que importa. Lo demás es borrufalla.
Hoy se ha ido otro de los grandes directores de cine del siglo XX, Blake Edwards, que además, es uno de mis favoritos. Resulta difícil quedarse con una sola película para colgar aquí una escena, porque este hombre igual dirigía comedias desternillantes como La Pantera Rosa o El Guateque, que hacía llorar al personal con un dramón como Días de Vino y Rosas o nos ofrecía una comedia de envoltura romántica, aunque amarga en el fondo, como Desayuno con Diamantes.
Bueno, pues como me encanta Desayuno con Diamantes, voy a colgar la escena del beso final bajo la lluvia. Ya sé, ya sé. La puse hace tiempo para ilustrar una entrada. Pero es que ese final romántico-lluvioso con fondo de pesimismo, que siempre me hace pensar en el futuro de esa pareja, cuando se les apague la pasión y sólo quede la frustración por todo aquello a lo que renunciaron para estar juntos, pues… es que es mi debilidad suprema. Verla es para mí tan gratificante como comer chocolate o ponerme morada de gominolas. Aunque esto por lo menos, no engorda.
Pero también hay que echar unas risas, que este hombre rodó grandes comedias y hasta sacó mucho partido del pirado de Peter Sellers. Aquí está la escena del camarero beodo de El Guateque. Por cierto, ¿quién no ha ido alguna vez a una fiesta en la que no conoce a nadie y se ha sentido como Peter Sellers en El Guateque? Yo lo llamo el momento Peter Sellers. Y no me diréis que no se pasa fatal.
De La Pantera Rosa recuerdo muchas escenas hilarantes, una de ellas la persecución de coches con los ocupantes de los vehículos enfundados en disfraces estrafalarios. Pero en YouTube no he encontrado ninguna de las que buscaba. Así que, cuelgo este número musical tan años sesenta. Atentos al coro de chicos que, vestidos con jerseys de cuello alto, se contonean al fondo tocando guitarras, acordeones y maracas. Impagables.