viernes, 30 de octubre de 2009

FRIVOLIDADES NEBULOSAS



Llevamos ya tres días despertándonos por las mañanas con niebla cerrada y mucha humedad. Después, las brumas suelen disiparse, pero el instante de despegarse de las sábanas exige un enorme esfuerzo. Yo he conseguido portarme bien, aunque en días así, el cuerpo me pide más cama, después un desayuno con chocolate calentito y, a ser posible, churritos o magdalenas esponjosas para acompañarlo. Pero ya se sabe que en esos momentos críticos, no hay que hacerle ni puñetero caso al cuerpo, que es muy perro. Por lo que incluso me he ido a torturarme un rato al gimnasio. Y cuando ya estábamos todos sudando la gota gorda a causa del esfuerzo y de la humedad ambiente, salió por los altavoces la cancioncita que cantan los crucificados en La Vida de Brian de los Monty Python: Always look on the bright side of life, o sea, más o menos: “Mira siempre el lado alegre de la vida”. Un mensajito que se agradece cuando una niebla como ésta nos aplasta el pelo, las ideas y la moral.

Pensaréis que vaya frivolidad más tonta, con lo que está cayendo por el mundo mundial, pero a veces, tonterías como esta levantan el ánimo en un día nebuloso. Y de vez en cuando, apetece decir bobadas. Y además, ya tengo las neuronas en desconexión, porque el lunes será fiesta en esta nuestra ciudad y el fin de semana va a ser un poquito más largo. Así que, voy a permitirme ser frívola en un viernes de espesa niebla mañanera. Y lo dicho: Mira siempre el lado bueno de la vida.

Y de regalo, la melodía ideal para un día nebuloso: Misty del maestro Errol Garner. Una canción que tiene gran protagonismo en la película Escalofrío en la noche (título original: Play Misty for me) de Clint Eastwood.

¡Buen fin de semana!

martes, 27 de octubre de 2009

EL TREN DE LA MEMORIA

Gracias a que Samuel, un lector de este blog, me avisó el viernes de que echaban en La 2 El tren de la memoria, pude ver por fin este documental sobre los españoles que emigraron a Alemania a principios de los años sesenta, y que hacía ya tiempo que deseaba ver. Mereció la pena. Contemplar las imágenes de los hombres y las mujeres que viajaron a Alemania en aquellos trenes especiales, fletados para llevar mano de obra a la floreciente industria alemana, fue como ver a mi padre, que se subió a uno de esos vagones en el sesenta y uno. Y también se sentaban allí los personajes de Días de menta y canela: el padre de Clara Rosell, Héctor Laborda, padre, y el sacerdote Antonio Vargas Maldonado. Y salía la estación de Köln-Deutz, a cuyos andenes llegaban esos españoles, agotados después de un duro viaje y humillados por el modo en que se les trataba a su llegada. Como cuando se les obligaba a colgarse un número identificativo en la ropa. Y se mencionaban los reconocimientos médicos a los que se sometía a esos emigrantes para verificar si estaban sanos y aptos para trabajar. Mi padre me habló una vez de esas revisiones, aunque no le gustaba mucho recordarlas. Y dijo lo mismo que las personas entrevistadas en la película: que les reconocían como si fueran caballos. O caballerías, como dicen en el documental y cuenta Enrique Rosell en Días de menta y canela: “…nos hicieron ponernos en fila como en la mili y nos miraron los dientes igual que a las caballerías.”

Los emigrantes entrevistados para el documental narraron algunas anécdotas sobre sus primeros tiempos en Alemania que, lo confieso, me emocionaron, porque se parecían a las que yo había oído contar en casa. Como lo que le ocurrió a un señor en el supermercado cuando compró carne enlatada y resultó ser comida para perros. Eso también les pasó a mis padres. Y al principio, ellos tampoco escaparon de pedir la comida a los tenderos recurriendo a la mímica, como por ejemplo hacer quiquiruiqui o mover los brazos como si fueran alas para pedir pollo o huevos. Algo que también refleja Carlos Iglesias en la escena del supermercado de la estupenda película Un franco 14 pesetas.

Por no faltar, en el documental no faltan ni imágenes de esos bailes que se hacían en los centros de españoles. Aquí vemos a una banda de pop tocando La llamaban Charly. Y resulta que sus integrantes se parecen muchísimo a Los Benidorm de Días de menta y canela. Como seguramente habréis adivinado los que leísteis mi libro, los chicos de Los Benidorm están inspirados en unos chavales que conocí en Alemania y que versioneaban los éxitos españoles del momento en los centros donde se reunían los emigrantes. Pues cuando salieron esos músicos en el documental, juro que me fijé con mucha atención en sus caras por si eran los que yo conocí. Por supuesto, no eran ellos. Pero lo podrían haber sido.

En el coloquio posterior, las directoras del documental, Marta Arribas y Ana Pérez, aludieron a lo difícil que les resultó encontrar en España material gráfico sobre aquellos tiempos, teniendo que recurrir a los archivos de televisiones europeas. Algo muy similar me ocurrió a mí cuando me documenté para escribir Días de menta y canela. Haciendo consultas en Google sobre la emigración a Alemania de los años sesenta, apenas encontraba nada que mereciera la pena. Sin embargo, tecleando lo mismo en alemán en www.google.de, hallé muchísimo material: fotografías, testimonios de españoles que viajaron en esos trenes (como la web http://www.angekommen.com/), páginas donde emigrantes hablaban sobre su vida en los países de la Europa rica, etc.

Y para terminar, incluyo una reflexión. Últimamente he observado que abundan en España, tanto en el cine como en la literatura, historias sobre las personas que vienen a trabajar aquí empujadas por la necesidad. Y eso es estupendo. Me parece muy necesario que intentemos comprender a los inmigrantes y ponernos en su lugar, en vez de verles como intrusos que llegan para quitarnos lo nuestro. Pero al mismo tiempo, veo que los españoles seguimos siendo reacios a reconocer que hasta hace relativamente poco, eran nuestros padres y abuelos los que emigraban en busca de una vida mejor, ya fuera a América o a la Europa rica. Como si nos diera vergüenza recordar que entonces, los pobres éramos nosotros. Y eso es algo que no deberíamos olvidar con tanta ligereza. Porque es nuestro pasado. Y, como decía Gabriel García Márquez (cito de memoria): Quien olvida su pasado, está condenado a cien años de soledad.

En resumen, El tren de la memoria es un pedazo de documental sobre nuestra historia reciente que, como decía Cayetana Guillen-Cuervo en el coloquio posterior, debería proyectarse en los colegios.


jueves, 22 de octubre de 2009

UN DÍA MELANCÓLICO-ROMÁNTICO

Hoy ha amanecido un día de lluvia y viento frío. De esos que predisponen hacia estados de ánimo melancólico-románticos. Y me he acordado del beso bajo la lluvia de Desayuno con diamantes, la escena final de una de mis películas favoritas de Blake Edwards. Es perfecta. El chaparrón, Nueva York, el taxi amarillo, un gato llamado “Gato”, la música de Henry Mancini y los dos protagonistas, jóvenes y bellos (George Peppard aún estaba muy lejos de ajamonarse), besándose con la pasión de ese amor nuevo que hace olvidar los sueños que no se han cumplido y los que tal vez nunca se cumplan. Es posible que su amor muera cuando lo ahoguen la rutina, las facturas pendientes, la insatisfacción, las arrugas y los reproches mutuos. Pero en ese momento es luminoso. Hasta la lluvia resplandece.
La escena ideal para un día de otoño melancólico-romántico.

miércoles, 21 de octubre de 2009

AMIGOS PERSONALES FOREVER


He encontrado en La Vanguardia un artículo de Magí Camps, muy interesante y divertido, sobre esa expresión (más bien aberración) que se ha puesto de moda últimamente: la de "amigo personal". Como si las "personas humanas" pudiéramos ser "amigos impersonales". A mí me da risa cuando se la oigo decir a alguien en la tele, o la leo en algún periódico. Los amigos personales suelen pulular mucho por los telediarios cuando muere algún personaje importante y salen tropecientos diciendo que fueron amigos personales suyos. Siempre me he preguntado dónde nacen esta clase de paridas, que luego se ponen de moda y emplea (¿empleamos?) todo el mundo sin ton ni son. Porque alguien tiene que ser el primero en soltar estas barbaridades, ¿no? Y entiendo que una "persona humana" tenga un mal día y se le escapen sandeces, pero que a los demás les parezcan maravillosas y las repitan con esa alegría, es algo que no acabo de entender.
Ay, misterios de la vida moderna...

Pongo de nuevo el link.

sábado, 17 de octubre de 2009

REFLEXIONES SOBRE LA LITERATURA ESCRITA POR MUJERES

Llevo toda la semana con la intención de escribir sobre los prejuicios contra la literatura escrita por mujeres. Pero ya se sabe: la falta de tiempo, las prisas, luego se cruzó en mi camino Errol Flynn

El caso es que quería comentar la entrevista a Isabel Allende que salió la semana pasada en MujerHoy, el suplemento que acompaña los sábados a Heraldo de Aragón (y otros periódicos, según creo). Hoy he leído en El Periódico de Aragón la entrevista a Ángeles Caso, flamante ganadora del Premio Planeta. Y en las dos autoras me han llamado la atención varias de las respuestas que dan, porque creo que ponen el dedo sobre la llaga.

Isabel Allende:
Si El amor en los tiempos del cólera, uno de los libros más maravillosos de Gabriel García Márquez, lo hubiera escrito una mujer, quizá lo hubieran tachado de romántico y femenino. Muchas han rebajado el nivel sentimental de sus libros por temor a que los críticos las tacharan de blandas.

Me da rabia que cuando se habla de literatura a secas se asume que está escrita por un hombre blanco. Y todo lo demás necesita adjetivos: literatura infantil, literatura china, literatura femenina... Mucha crítica es terriblemente machista. Siendo mujer es más difícil ser publicada, ser tenida en serio, ser estudiada en las universidades
.

Ángeles Caso:
Los hombres son los que marcan la pauta de la cultura. El problema es que nosotras nos hemos dejado atrapar en esa trampa porque, presumiblemente, la mirada valiosa es la de ellos. Pero me niego a que por ver el mundo como mujer mi literatura sea considerada noña, cursi y sentimental.

Cuando publiqué mi primer libro, una persona muy conocida en el mundo del rock, nada sospechosa de conservadurismo, me dijo que por norma no leía libros de mujeres. Eso es un prejuicio tan absurdo como si yo dijera lo contrario. Pero un hombre puede decir estas cosas y nadie se rasga las vestiduras.

Bueno, pues ahí va mi propia experiencia: Yo debuté en el año 2003 con una novela de alto contenido erótico, La vida en cuarto menguante. Como ya sabréis los que soléis pasar por aquí, narra la historia de amor entre una mujer madura acomodada y un pescador de veintidós años que se prostituye para completar sus magros ingresos. El libro funcionó muy bien dentro del ámbito de distribución de una editorial modesta, aunque de trayectoria honesta y reconocido prestigio, como es Onagro (antes Zócalo). Quienes más lo leyeron y se entusiasmaron con él fueron mujeres. Porque la mayoría de los hombres - y de eso me di cuenta sobre todo en las ferias del libro - solían ignorar una historia de amor cuya autora era una mujer. Cuando les contaba a los que se detenían ante la caseta, que los personajes eran una cuarentona y un joven que podría ser su hijo, murmuraban una excusa y se iban. O compraban el libro para su esposa, su novia, alguna amiga. Muy pocos se lo llevaban para ellos. Aunque en ferias posteriores, algunos de esos señores se acercaban y me comentaban que su esposa, novia, amiga les había insistido en que leyeran el libro, y que les había gustado. Pero creo que en general, los hombres siguen considerando este tipo de historias como un devaneo femenino. Las fantasías erótico-festivas de una señora madura. Y estoy convencida de que si leen eso mismo – o sea, el amor entre una mujer madura y un hombre joven – narrado por un hombre, seguramente lo considerarán desde el principio literatura de la buena. Pero cuando una mujer escribe sobre ello, su producto tiene muchos boletos para ser tachado a priori de novela rosa y cursi, o incluso de desahogo de mujer insatisfecha.

Por supuesto, no todos los hombres tienen esos prejuicios. Ha habido muchos que han leído La vida en cuarto menguante y mis siguientes novelas porque les apetecía. Mi propio marido, que es mi primer crítico y también el más duro, disfruta con ellas y siempre me ha animado a escribir como escribo. Es decir, dando importancia a los sentimientos desde mi punto de vista, que es el de una mujer. También quiero destacar que han entrado (habéis entrado y seguís haciéndolo) muchos hombres en este blog después de haber leído Días de menta y canela. Pero, por desgracia, sigue habiendo un alto porcentaje que considera la literatura de mujeres como de inferior calidad y piensa, como apunta Ángeles Caso, que nuestro enfoque es cursi y sentimental (¿por qué siempre damos un sentido tan peyorativo a este adjetivo?).

Al igual que aún ocurre en muchos ámbitos de la sociedad (aunque, sin duda, hemos mejorado en las últimas décadas), a las escritoras nos sigue resultando más difícil que nos tomen en serio. Y, ojo, también hay mujeres que tachan de rosa, o directamente de ñoño, lo que escribimos otras mujeres cuando profundizamos en el amor o en los sentimientos en general. Y creo que es cierto lo que afirma Isabel Allende, de que muchas autoras rebajan el nivel sentimental de sus novelas para que sus libros entren dentro de la categoría de la literatura considerada "seria". Como si el amor, el erotismo, los sentimientos en general, no fueran algo muy serio. ¿Acaso no son el motor de nuestras vidas y lo que nos hace seguir adelante cuando las cosas vienen mal dadas? Entonces, ¿por qué avergonzarnos de ser como somos y de escribir como escribimos? Yo, desde luego, no creo que las escritoras debamos adoptar estereotipos masculinos para que nos respeten. Y pienso seguir dando cancha al amor, al erotismo y a los sentimientos en mis historias. Y si eso es rosa, pues bonito color.

miércoles, 14 de octubre de 2009

LEOTARDOS VERDES

En realidad tenía pensado escribir sobre otra cosa. Pero he leído en El Mundo que hoy se cumplen 50 años de la muerte de Errol Flynn, el actor que mejor lució los leotardos verdes en todo Hollywood y parte del cine mundial. ¿Y cómo no voy a homenajear aquí a ese inolvidable guaperas de estupendas piernas, si hasta le mencioné en La vida en cuarto menguante?

Extracto de La vida en cuarto menguante:

Cuando Pablo irrumpió en la cafetería, mirando a su alrededor con cara de andar buscando a alguien, o de haberse perdido, me acordé de Jesucristo Superstar. La película. No es que Pablo fuera un calco de Ted Neilly, aquel actor guapetón del que nunca más se supo. Pero sí tenía el mismo aire visionario. Los ojos claros, de tono indeciso. Como de no saber si de mayores querían ser verdes o azules. Y la melena barriéndole los hombros en perpetua disyuntiva cromática. Ahora diría que era de color castaño rojizo. Pero aquella tarde debió de iluminarla algún rayo de sol desde una de las ventanas. Porque me pareció rubia. Pablo se acercó a nuestra mesa, me miró y sonrió hasta tocar las orejas con las comisuras de los labios. En la charca de sus ojos chapoteaba un aura de exuberancia mística que le convirtió al instante en Robin Hood. El genuino de Errol Flynn. Sólo que Pablo no llevaba leotardos verdes. Ni arco. A los treinta descubrí que el toque místico de su mirada se debía a que bizquea ligeramente del ojo izquierdo. Pero para reparar en esos detalles, hay que dejar de amar.

Recordemos, pues, a Errol Flynn y sus leotardos verdes en el Robin Hood de 1938 dirigido por Michael Curtiz, para mí la mejor versión de todas las que se han hecho sobre este personaje.

viernes, 9 de octubre de 2009

IMAGINE

Como no me apetece nada comentar el Nobel de la Paz de Obama, prefiero hablar de John Lennon. He oído esta mañana en la radio que hoy, 9 de octubre, habría cumplido sesenta y nueve años. ¿Y si escuchamos en su memoria Imagine, la canción de los soñadores?


jueves, 8 de octubre de 2009

PREMIO NOBEL DE LITERATURA: AND THE WINNER IS...

Han dado del Premio Nobel de Literatura a la escritora alemana, nacida en Rumanía, Herta Müller. No he leído nada de esta señora, así que me abstengo de hacer comentarios sobre su obra. Sólo diré que mi favorito era Philip Roth. No porque creyera especialmente en sus posibilidades. En esto del Nobel nunca sé muy bien por dónde van los tiros. Mi apuesta se debía más bien a que me gusta mucho cómo escribe. Pero ya sé que mis gustos van a su aire. En el supermercado, cuando hay algún producto que me encanta, tarde o temprano lo retiran de las estanterías. Si una temporada busco un tipo concreto de prenda, me dicen en las tiendas que no se lleva. Y si apuesto por un determinado autor que opta a un premio, es casi seguro que se lo darán a otro. Vamos, que si se entera el señor Roth de que hice fuerza mental para que se llevara el Nobel, igual me manda un emisario con el ruego de que por favor deje de gafarle.

(La fotografía de Herta Müller es de AFP y la he tomado e El País. La de Philip Roth es de www.randomhouse.com)

miércoles, 7 de octubre de 2009

DIVAGACIONES Y UNA CITA (EN REALIDAD, DOS)

Estoy leyendo ahora (a un ritmo más lento de lo habitual, porque ando liada y me cuesta encontrar un rato tranquilo para leer) Un jardín de placeres terrenales de Joyce Carol Oates. Es el retrato de una mujer nacida en el seno de una familia empobrecida durante la Gran Depresión, que con astucia logra ascender en la escala social. Me gusta cómo describe Oates las condiciones de vida de aquellos jornaleros que viajaban por el país en camionetas o autobuses cochambrosos para trabajar en la recolecta de frutas u hortalizas, y cómo se recrea en el retrato de los personajes. Hay quien echa en cara a esta autora que es lenta, pero a mí me gusta esa lentitud, que aquí no es falta de ritmo, sino la descripción minuciosa de una época que arrasó muchas vidas. A veces, mientras voy leyendo, me imagino las caras de los personajes como las de los jornaleros que retrató Dorothea Lange durante la Gran Depresión.



Y como soy tan aficionada a subrayar frases o párrafos que me llaman la atención, he encontrado uno que no me voy a privar de citar. En realidad, no pertenece a la novela, sino al postfacio que escribió la autora en 2002 para la reedición de Un jardín de placeres terrenales dentro de la colección Modern Library:

… un trabajo literario es una especie de nido: un nido cuidadosa y arduamente tejido de palabras que incorpora trozos y fragmentos de la vida del escritor dentro de una estructura imaginada, de la misma manera que el nido de un pájaro incluye todo tipo de cosas del mundo que existe más allá de nuestras ventanas, y en él se entretejen de forma ingeniosa.
Todos sabemos que una novela es ficción, pero ¿quién no se ha preguntado alguna vez mientras la lee, cuánto de lo que narra el autor podría estar sacado de su propia vida? Yo antes lo hacía mucho. Confieso ese pecadillo. Y es que cuando el autor, además, es famoso y se conoce su biografía (al menos, la oficial), resulta muy tentador establecer paralelismos entre lo que nos es está contando y lo que creemos que fue su vida.

Con el tiempo, conforme me fui adentrando en esto de escribir, me fui dando cuenta de que las primeras novelas casi siempre son muy autobiográficas y, por suerte, casi nunca son publicadas. Después, cuando por fin nos hemos desahogado de nosotros mismos, nos distanciamos de nuestras vidas y nos ponemos a inventar sin trabas. Aunque, como dice la señora Oates, siempre se van colando fragmentos de nosotros mismos en las historias que tejemos y en sus personajes. A veces, ni nos damos cuenta. Pero ahí están.

Y cuando la novela está en la calle, es cuando les toca a los lectores preguntarse lo que me preguntaba yo antes: si ese parte tan impactante de la novela, o esa escena tan erótica que hace latir el corazón más deprisa, o esa calamidad que golpea a los personajes, está basada en la biografía del autor. Bueno, pues en este punto cito a Alonso Cordel, poeta y profesor de un taller de escritura al que asistí hace años, que siempre nos decía que no hay que diseccionar las novelas para averiguar qué es autobiográfico y qué no, porque les resta misterio y las desvirtúa.

Pero, ¿y lo que disfrutamos los lectores siendo morbosillos?

lunes, 5 de octubre de 2009

RECORDANDO A MERCEDES SOSA

Recordando a Mercedes Sosa (aquí con Horacio Guaraní) y un puñadito de sueños de la edad de la inocencia.

viernes, 2 de octubre de 2009

AY, ESOS MÓVILES

Últimamente, la gente nos metemos con el móvil encendido a todas partes. Y luego pasa lo que pasa. Que el artefacto suena a todo volumen en el momento y el lugar más inoportuno. En un concierto, dentro de la consulta del médico, en mitad de un entierro, cuando visitamos a un enfermo en el hospital, o incluso en el teatro. Como ocurrió el otro día en la obra que representa el cachas Hugh Jackman en Broadway (link artículo), junto a otro cachas algo más bajito: el chico Bond Daniel Craig. Al sonar el teléfono, Jackman pilló un rebote épico porque ese chisme le estaba chafando su escena de gloria y se encaró con el dueño del móvil, que prefirió mantenerse achantado por si las moscas.

Me imagino al señor rojo como un tomate y encogido cual gusanillo en la butaca, mientras sus manos apagan el teléfono a escondidas para que nadie descubra que él es el culpable de la interrupción. Seguro que la próxima vez que vaya al teatro, se acordará de apagar el móvil o de ponerlo en silencio.